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Maria Stuarda, Gran Teatre del Liceu, Barcelona, November 2003
Juan Diego Flórez in Maria Stuarda, 9 November 2003
Detail of photo by Bofill for El Punt

"Culpable por amor", Jorge Binaghi, Operayre, 18 November 2003 [external link]
La voz que enamora, El Pais, 11 November 2003
Jornada histórica, ABC, 11 November 2003
'Maria Stuarda, Edita Gruberova reina en el Liceu, El Periódico, 13 November 2003
Prodigios y maravillas del bel canto, La Vanguardia, 11 November 2003
«María Stuarda» Triunfo del reparto, La Razón, 11 November 2003
Monarquia absoluta, Avui, 11 November 2003 [in Catalan]
El 'Liceu', en pie, El Correo, 12 November 2003
Pureza de estilo en versión concierto, El Mundo, 11 November 2003
Maria Stuarda: Tarde de delirio belcantista, CD Compact, December 2003
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Prodigios y maravillas del bel canto
Roger Alier, La Vanguardia, 11 November 2003

Edita Gruverova, Sonia Ganassi y Juan Diego Flórez maravillaron al público, que les brindó 20 minutos de aplausos

Da Autor: Gaetano Donizetti, con libreto de Giuseppe Bardari, basado en el drama "Maria Stuart", de Friedrich Schiller

Intérpretes: Edita Gruberova, Sonia Ganassi, Juan Diego Flórez, Simon Orfila, Àngel Òdena, Ana Nebot. Cor i Orquestra Simfònica del Gran Teatre del Liceu. Dir. del coro: W. Spaulding. Dir. de orquesta: Friedrich Haider

Lugar y fecha: Gran Teatre del Liceu (9/XI/2003)

Los cimientos del nuevo Liceu temblaron como lo habían hecho los históricos en ocasiones parecidas a ésta, cuando se juntaban sobre el escenario unos cuantos "monstruos sagrados" de la lírica para dar lo mejor de si en una sesión inspirada, de grandes vuelos líricos.

"Maria Stuarda" es una ópera que requiere voces prodigiosas y maravillas del bel canto y esto es lo que hemos tenido en unas funciones por desgracia, sólo en concierto que han supuesto el retorno de la inmarcesible, fabulosa Edita Gruberova, que en el papel de la reina escocesa demostró que sus posibilidades vocales, superado el cuarto de siglo de su primera actuación liceísta, siguen siendo capaces de despertar el asombro y la admiración de quienes presenciamos sus actuaciones. Sus ornamentaciones discretas pero admirables intercaladas en el dúo de la primera parte, sus trinos en plena escala descendente, su capacidad de "ampliar la voz" después de un largo período de emisión ("messa di voce"), como en el agudo final, que parecía que se iba a extinguir y no se cortó, sino que creció. La Gruberova nunca ha sido una cantante de enorme "fiato", pero en la famosa plegaria de la segunda parte logró el esperado prodigio de sostener la nota por encima del canto del coro y luego ampliar la voz (en esto, el Liceu vio un prodigio aún mayor, hace años, con la Caballé, justo es decirlo). En definitiva, la gran soprano eslovaca se mostró en todo momento digna del entusiasmo desbordante que su actuación propició.

La ópera incluye otro papel estelar: el de la reina Elisabetta (Isabel Tudor), servido por una mezzosoprano. Ya desde su primera intervención, Sonia Ganassi, de medios vocales generosos y de timbre impoluto, se mostró bravísima, logrando una ovación que repitió en sus distintas escenas y salió triunfante al final junto a sus compañeros de equipo. Entre ellos, brilló con luz propia el justamente famoso tenor peruano Juan Diego Flórez, por fin en una ópera liceísta en la que ha dejado a los liceístas boquiabiertos ante su extraordinaria capacidad de cantar. No sólo es un tenor lírico-ligero con una voz de enorme belleza tímbrica, sino que además tiene un fraseo literalmente de oro; desgrana las frases con unos legatos y un balanceo vocal absolutamente fabuloso: uno se pregunta cómo ha podido un cantante tan joven demostrar una suficiencia tan rotunda en el arte del canto: no se encuentra parangón alguno entre sus colegas, ni peruanos como él, Alva o Palacio, ni italianos. Su dúo con la reina fue una lección de belcantismo como no es fácil escuchar en ningún lugar y todas sus intervenciones ¡ay, tan pocas! fueron una pura maravilla de elegancia y musicalidad.

Muy al mismo nivel se situaron Simon Orfila, como Talbot, y Àngel Òdena, en el rol de Cecil. Fue un placer tener unas partes "de flanco" de tanta calidad, pues la función quedó redondeada con ellos y con la también más que notable Ana Nebot. También el coro se contagió del nivel reinante y tuvo intervenciones de alta calidad. Lo mismo podemos decir de la orquesta, bajo la competente batuta de Friedrich Haider. El público enloqueció del todo al final de la función y estuvo aplaudiendo durante veinte minutos "de reloj", con toda clase de vítores y bravos y entregas espontáneas de flores a los artistas.

«María Stuarda» Triunfo del reparto
Gonzalo Alonso, La Razón, 11 November 2003

Del proyecto inicial del Liceo de presentar escénicamente la trilogía «Tudor» sólo ha quedado la propuesta en concierto de «María Stuarda», la más floja de las tres, pero la que hace más tiempo que no se escuchaba en el teatro. El gran acierto del Liceo ha sido reunir un reparto sin agujero alguno. Todos los interpretes, desde los divos a los más secundarios, alcanzaron un nivel alto y homogéneo. Los años parecen no pasar por la voz de Edita Gruberova, capaz de resolver agudos y agilidades con una facilidad pasmosa. En ella prima el control, el no forzar, el «dulcificar», quizá en exceso, los pasajes dramáticos. De esa sabiduría fue la escena final el mejor ejemplo. Reina en el Liceo y el público la adora. En Madrid se la echa de menos.

Una noche grande

Uno, para su fortuna y desgracia, no podrá jamas olvidar a Caballé en este papel, como tampoco al joven Carreras. Juan Diego Flórez era esperadísimo aunque el papel de Leicester dé poco juego. Justificó su fama y también volvió loca a la audiencia. Al crítico no tanto. Donizetti no es Rossini, las frases son más largas y se acusa un vibrato que en las obras del de Pesaro queda oculto. Quizá fuese Sonia Ganassi la intérprete más completa y adecuada a su parte, tanto vocal como estilísticamente. Empezó nerviosa, pero la gran ovación tras su primera intervención centró las cosas. Dominó el papel de Reina Isabel y sólo hubiera cabido desear una mayor oscuridad de timbre y consistencia en los graves. Simón Orfila, Ágel Ódena y Ana Nebot completaron espléndidamente un reparto para «María Stuarda» de lo mejor que pueda lograse hoy.
 
Dirigió Friedrich Haider con la solvencia del buen músico que es. El Liceo precisa con urgencia poder ofrecer en la orquesta un nivel similar a los citados. Algo habrá que hacer. Y, al final, un delirio de más de quince minutos. Una de las noches grandes del Liceo en medio de unas «Toscas» cuyo calificativo crítico no puede ser otro que el de «infumables»


Monarquia absoluta
Xavier Cester, Avui, 11 November 2003

'Maria Stuarda', de Donizetti. Edita Gruberova, Sonia Ganassi, Juan Diego Flórez, Simón Orfila, Àngel Òdena, Ana Nebot. Cor i Orquestra del Gran Teatre del Liceu. Director: Friedrich Haider. Barcelona, Gran Teatre del Liceu, 9 de novembre.

Si Maria Stuarda es basteix sobre una mentida històrica (la trobada entre la reina d'Escòcia i la sobirana anglesa que la va fer decapitar) que genera una veritat dramàtica (en Schiller) i musical (en Donizetti) de primer ordre, la versió que va oferir d'aquest títol el Liceu també es basava en una mentida operística (una lectura en concert és la negació de l'essència del gènere) que va crear una altra veritat com un temple: el deliri del públic que omplia la sala. Potser un altre dia caldrà analitzar per què molts dels festivals vocals del darrers temps al Liceu es donen més en concert que en representacions, però pocs dies després d'una Tosca més aviat trista, l'esplèndid trio de protagonistes de l'obra donizettiana va ser tan benvingut com un oasi al desert.

La càlida rebuda a la seva aparició sobre l'escenari i les ovacions interminables després de la funció van tornar a testimoniar, un cop més, que Edita Gruberova és la reina indiscutible del Liceu. Cert, la seva vocalitat no té en principi la densitat ideal per al rol de la Stuarda i els seus tics i amaneraments interpratius poden no ser del gust de tothom. Però és impossible no rendir-se davant el seu cant elegíac i cotonós, aquests sons impossiblement eteris, aquesta tècnica sobirana (per exemple, al recol·locar algun sobreagut un pèl calant), i alhora aquest temperament adequat per a la gran invectiva a la seva rival (peatges de les versions concertants, les dues reines estaven separades pel podi del director).

Gruberova va regnar, però no ho va fer sola. En un debut memorable, Sonia Ganassi va treure tot el profit del seu atractiu instrument de mezzo aguda per forjar una Elisabetta, segons les necessitats de l'escena, rancuniosa, furiosa, menystenidora i dolguda, amb un cant sense problemes en les parts més àgils i sempre expressiu. La part de Leicester, una mica al límit dels seus recursos de tenor lírico-lleuger, potser no era la més desitjable per a la primera òpera que Juan Diego Flórez interpretava al Liceu. Tant és, el cantant peruà va ser també sorollosament celebrat gràcies a un timbre de mel i or, homogeni de dalt a baix -que lligava amb especial fortuna amb el de Ganassi- i un fraseig generós, altament comunicatiu. De fet, al costat del belcantisme alambinat de Gruberova, Ganassi i Flórez oferien un saludable contrast amb un estil més fresc i natural. Simón Orfila (un Talbot magnífic en el seu duo amb Maria), Àngel Òdena (un Cecil d'òptim relleu) i Ana Nebot (una aplicada Anna) completaven sense màcula el repartiment.

Friedrich Haider va disciplinar cor i orquestra en una lectura eficient, però més aviat estovada, que va tenir com a principal mèrit (perquè ho és mentre no es caigui en el servilisme exagerat) la seva atenció extrema a les necessitats dels cantants, protagonistes absoluts de la sessió. De renovacions dramatúrgiques, les que facin falta, però, quan a l'òpera hi regnen les grans veus, l'espectacle està garantit.


El 'Liceu', en pie
Nino Dentici, El Correo, 12 November 2003
No hubo ni escenógrafos, ni directores de escena, ni coreógrafos, ni decorados. Se trataba de una ópera en versión concierto. En el Liceo barcelonés sólo hubo música cantada, belcanto puro, una velada operística maravillosa para recordar. Por eso terminamos todos en pie, sin pretensión de abandonar la sala, unidos en gran ovación, entregados al arte de unos intérpretes encabezados por la diva Gruberova. La soprano eslovaca, heredera de los grandes reinados de la Sutherland y de la Caballé, interpretó con su arte 'María Estuardo' como lo hubiera querido su autor. Toda su interpretación fue belcanto. No hay nadie en la lírica que haga los 'smorzando', los 'pianíssimi' y los 'filados' que consigue ella. Es difícil encontrar una cantante con su manejo vocal, con su perfecta afinación y un 'decir' cantando tan exquisito e intencionado.

Si a nosotros nos conmovió, no es raro que les ocurriera lo mismo a sus compañeros, y que éstos, atónitos como los espectadores, superaran su arte. La mezzo Sonia Ganassi explayó su canto a imagen y semejanza de la citada diva y no quedó atrás en ese decir tan acentuadamente silábico, en ese canto tan medido, de tan bello legato y amplitud de fiato en un papel que ha de ser más temperamental. Y lo mismo habría que decir del tenor Diego Flórez, quien contagiado por la altura de las dos damas, se entregó totalmente. Así, a pesar de la ligereza de su timbre y aunque a veces su voz se viera ensombrecida por las más voluminosas de aquéllas, consiguió competir en gracia expresiva y en belleza canora, gracias a su fácil y bello timbre. El bajo Orfila y el barítono Ódena se unieron con sus buenas voces y su buen canto a la cuidadosa interpretación que escuchaban. Y la soprano Nebot cerró con buen broche un reparto que deparó ese añorado canto etéreo, que el maestro Haider supo leer y transmitir al excelente coro y a los magníficos solistas, por los que terminamos en pie, aplaudiendo sin cesar.


Pureza de estilo en versión concierto
Albert Vilardell, El Mundo, 11 November 2003

La ópera es un evento artístico donde se combinan música, canto y teatro, incluso en aquellas obras, como las belcantistas, en que la dramaturgia es más limitada, por lo que es de lamentar, como ocurre con alguna frecuencia, se programen en forma de concierto.El tema se agrava cuando se cuenta con un reparto de artistas que hacen de la pureza de estilo y de la interpretación una meta y se echa de menos el elemento que enmarca los resultados.

Maria Stuarda es una obra que fue olvidada y recuperada gracias a una generación de intérpretes que rescataron sus verdaderos valores. Para esta ocasión el Liceu ha puesto toda la carne en el asador, con un trío de ases que han permitido recordar sus posibilidades. Edita Gruberova es una de las cantantes más fieles al coliseo de las Ramblas y si siempre su voz es interesante, en esta ocasión se encontraba en un especial estado de gracia, fresca, transparente y totalmente descansada. Su visión de la desgraciada reina reflejó los cambios de situación, desde el miedo a la esperanza, desde el amor al odio, remarcando su autoridad y nobleza en el enfrentamiento entre las dos mujeres. Estuvo muy brillante en el segundo acto, por intención y con un registro agudo espectacular, mientras que en el tercero mantuvo el nivel.

Sonia Ganassi es una mezzo con un timbre precioso, de cierta expansión aunque le falte mayor densidad, pero se impone por una musicalidad y sentido interpretativo de alto nivel.
Juan Diego Flórez es uno de los grandes tenores de la actualidad, dentro de su repertorio lírico-ligero, y demostró la razón de su fama, con unos medios de calidad, una alta capacidad para el fraseo, una sólida técnica y un registro agudo muy bueno y seguro.
Completaban el reparto Simón Orfila, que empezó algo inseguro, el correcto Angel Odena y la delicada Ana Nebot. Frederic Haider demostró que conoce el repertorio y a los músicos. Su versión estuvo al servicio del canto, fue cohesionada, aunque le faltó una cierta matización. La orquesta empezó algo dubitativa, pero fue mejorando en sonido y cohesión. El Cor del teatro demostró su camino ascendente.

Calificación: ****


La voz que enamora
Javier Pérez Senz, El Pais, 11 November 2003

Pavarotti tiene razón. Ha dicho que el joven tenor peruano Juan Diego Flórez es su sucesor y le vaticina una carrera fulgurante. Dejando a un lado el olfato comercial del orondo tenor al bendecir a un artista que, mira por dónde, graba en su misma compañía discográfica, basta escuchar unos minutos a Flórez para caer rendido de  admiración. Hacía mucho que no aparecía una voz tan hermosa y tan bien manejada, con un estilo depurado y un fraseo arrebatador, un intérprete, en definitiva, de elegancia y musicalidad exquisita. Su éxito en el Liceo, cantando una ópera que no tiene un aria de lucimiento para el tenor, ha sido impresionante. Y tiene doble mérito, porque en Maria Stuarda, quienes cortan el bacalao son dos reinas que se disputan el amor del tenor en la más excitante pelea del repertorio belcantista.

Donizetti fue muy generoso con las dos reinas. A Isabel de Inglaterra le proporciona gran lucimiento en el primer acto; a Maria Stuarda le regala el protagonismo absoluto en el tercero, que para eso se juega la cabeza. En el segundo, las coloca frente a frente para que se peleen a rabiar en un ring donde la pegada más fuerte está en los agudos y en el temperamento. Al tenor que interpreta a Leicester, le hace trabajar en los dúos. Es una tarea difícil, con una tesitura muy aguda, e ingrata, porque sin una gran escena que llevarse a la boca, debe estar al quite para sacar tajada de un pastel que tiene dos dueñas.

La primera tajada se la comió, con ganas, la mezzosoprano Sonia Ganassi, que debutaba en la casa y salió a por todas. Tiene una voz muy atractiva, algo pálida en los graves, pero jugosa, cálida y muy bien proyectada. Como intérprete aún es mejor. Su canto está lleno de bellos matices y su temperamento teatral es de rompe y rasga: feroz y perversa como reina Isabel, apasionada y sensual comomujer en su amor por Leicester. Se metió al público en el bolsillo y, aunque le costó reponerse tras una atronadora ovación, no bajó la guardia en toda la ópera.

Arrebato

El clima de arrebato continuó con la entrada en acción de Flórez. No tiene rival en la actualidad como tenor lírico-ligero: agudos brillantes (lástima que el papel no dé más de sí), fraseo elegante, técnica fabulosa y una naturalidad expresiva que agita las emociones. Tiene una voz que enamora y cautivó al público apostando por la expresividad y el dominio del estilo como valores supremos. Pavarotti ha hecho historia en un repertorio más pesado. Su sucesor, que es muy inteligente, prefiere hacer historia en su repertorio natural. Va bene.

Edita Gruberova, la última en salir a escena, fue recibida con exaltación. Es la diva más querida en el Liceo en este repertorioy el público se lo demostró con una entrega total. Estuvo menos infalible que antaño a la hora de exhibir su espectacular técnica caló muchas notas y se tomó licencias a capricho pero Gruberova aún es mucha Gruberova y su interpretación de Maria Stuarda, que completa su ciclo Tudor en el coliseo barcelonés tras Anna Bolena y Roberto Devereux, fue literalmente aclamada.

Cumplieron bien el resto de voces Simón Orfila, Ángel Òdena y Ana Nebot, y las masas estables de la casa, dirigidas con buen pulso por Friedrich Haider, pero la fiesta tuvo tres protagonistas indiscutibles. Y, aunque asistir en un teatro a una ópera en versión de concierto siempre da pena, el corazón mitómano del público liceísta vibró con las tres voces estelares en un clima de exaltación que asombró a los propios intérpretes.


Jornada histórica
Pablo Meléndez-Haddad, ABC, 11 November 2003

La del domingo fue una jornada histórica en el Liceo: la primera de las cinco audiciones programadas de Maria Stuarda, de Donizetti, quedó grabada en los anales del Gran Teatro. El debut de Sonia Ganassi y la primera aparición operística -aunque en versión de concierto- de Juan Diego Flórez, junto al regreso de una de las intérpretes favoritas de los liceístas, Edita Gruberova, se saldó con veinticinco minutos de aplausos. Pero si los tres solistas validaron su sabiduría en las lides del belcantismo romántico, por lo mismo hay que subrayar la importantísima labor que desempeñaron tres consolidados valores de la lírica española: Ángel Ódena continúa deparando sorpresas al conformar un Lord Cecil sin fisuras, de fraseo sentido y total control en la coloratura, recreándose en los extremos del registro sin la menor dificultad. Ana Nebot superó con autoridad un papel que, por tesitura, debería pesarle, pero la soprano asturiana proyectó siempre sus armónicos sobre la masa orquestal, algo que Simón Orfila dominó desde su primera intervención como Talbot. El menorquín ofreció una lectura concentrada, coloreando con inteligencia y demostrando que su talento todavía tiene mucho que ofrecer.

La triunfal acogida de Sonia Ganassi sorprendió incluso a ella misma; las ovaciones por su impecable aria de entrada la coronaron como una auténtica favorita del público barcelonés. Tan merecido reconocimiento premió una entrega al límite, con garra teatral, nervio dramático y un concepto de la obra donizettiana moderna y atrevida. Juan Diego Flórez confirmó su facilidad en este repertorio con un fraseo inmaculado, aunque algo falto de beligerancia en este papel, pero de un timbre tan bello que convence sólo de oírlo. Edita Gruberova saca en la Stuarda provecho de sus posibilidades, con unos sobreagudos portentosos -se le perdonó alguna nota calante- y su cada vez más acentuada afectación, un sentido expresivo con el que intenta paliar la sordera de sus graves y la uniformidad del color vocal. Friedrich Haider concertó con relativa fortuna una orquesta desconcentrada y con evidente falta de ensayos que no estuvo a la altura de las prestaciones de los solistas.


'Maria Stuarda, Edita Gruberova reina en el Liceu
Irene Acebal, El Periódico, 13 November 2003

Los cantantes asumieron su rol con buen entendimiento y compenetración

Con un reparto de lujo encabezado por Edita Gruberova en el rol de Maria y Sonia Ganassi en el papel de Elisabetta, el Liceu acogió el jueves la interpretación de Maria Stuarda, de Donizzetti, en versión concierto.

Ganassi llenó el escenario con una reina de Inglaterra altiva y majestuosa. Cantó con mucho carácter y modeló el personaje de Elisabetta en su justa medida. Juan Diego Flórez, como Leicester, y Simón Orfila, como Talbot, desempeñaron también un buen papel. Flórez estuvo muy expresivo tanto vocal como teatralmente y bordó el duo con Ganassi en el final del acto.

En el segundo acto Gruberova arrancó los primeros bravos. Su dominio de la técnica mezclado con su buen gusto en la interpretación crearon una reina de Escocia muy convincente y emotiva en su pugna con Elisabetta. Gruberova estuvo increíble en los agudos en piano y contundente en el forte.

El tercer acto sirvió para constatar quien era la reina esa noche en el Liceu. Gruberova cogió el relevo de Ganassi y se hizo dueña de la función. Liderando en todo momento y contestando al coro y a sus compañeros de reparto, protagonizó una versión muy equilibrada y expresiva de la obra de Donizetti. Uno de los mejores momentos fue la quinta escena con Talbot y María. Gruberova estuvo espléndida. Ana Nebot le dio una buena réplica en la discreta Anna, y Àngel Òdena asumió el papel del intrigante Cecil. Al final ovación para los intérpretes y sensación de una Maria Stuarda de calidad musical.


Maria Stuarda: Tarde de delirio belcantista
Josep Subirá, CD Compact, December 2003

9 de novembre de 2003.

A pesar del consabido inconveniente de la versión en concierto, la donizettiana Maria Stuarda es una ópera que, con el terceto de primeros roles reunido para la ocasión (Edita Gruberova, Juan Diego Flórez y Sonia Ganassi), promete sensaciones fuertes en cualquier teatro. Más todavía en el Liceo, al ser una ópera ligada a la Caballé (temporadas 1968-69 y 1978-79) y ser precisamente la única de la "Trilogía Tudor" que aún no había cantado Edita Gruberova, que había triunfado estrepitosamente en Roberto Devereux  y Anna Bolena. En las funciones de Maria Stuarda de la temporada 1991-92 hubo baile de tres sopranos distintas (Daniela Dessì, Jenny Drivala y Christine Weidinger) así como de mezzos y tenores.Barcelona, a pesar de su fama wagneriana, más mítica que real hoy en día, tiene especial querencia por el belcantismo y por las voces que sepan reinar soberanas en dicho repertorio. Hay por tanto un Liceo muy belcantista, amante de cadencias, sobreagudos y agilidades varias, que no en vano  idolatró en su día a D´Angelo, Caballé, Sutherland y más modernamente a Gruberova y Dessay. Lo importante es que hayan grandes voces en cualquier repertorio.

La expectativa ante la tripleta presentada se confirmó a lo grande, porque la "prima" de Maria Stuarda vivió ya ovaciones entusiastas desde el término de la cavatina de Elisabetta "Ah, si vuol di Francia il Rege" del acto I. Sonia Ganassi, debutante en el teatro, cosechó los primeros "brava" y eso que la ópera acababa de empezar como quien dice. Un temperamento idóneo para el rol, voz de no muy gran volumen, pero perfectamente ajustada a estilo, con mordiente, agilidades seguras y sobre todo un excelente fraseo y clara dicción en cada una de sus intervenciones supusieron una auténtica sorpresa y seguro que pronto volverá, ya que se recuerdan pocos debuts tan triunfales y unánimes, desde los pisos altos a la platea. Es difícil destacar un momento por encima de otro, ya que su  aria, su dúo con Leicester, el enfrentamiento con Maria y el terceto de la primera escena del acto III, fueron homogéneos en su altísima calidad. No se puso nerviosa ante tal recibimiento y se ganó a conciencia las innumerable salidas a escena al final de la noche. Es una mezzo lírica que sabe proyectar muy bien la voz y que da la necesaria expresividad a la coloratura, desde sus habituales Rossini a cualquier belcantismo más romántico. El dúo con Flórez "Era d´amor l´immagine" fue un prodigio de cuadratura, belleza. Soberbia la caracterización dramática en la cabaletta "Sul crin la rivale strapparmi volea" y toda la primera escena del acto III, cuando firma la sentencia de muerte de la reina católica.

La otra fémina del reparto, la soprano Edita Gruberova, triunfó como era de esperar. Maria Stuarda es la ópera que mejor le cuadra a sus medios vocales, ya que apenas hay espacio para los excesos manieristas que desgraciadamente prodiga en su estilo operetero vienés habitual. Gruberova se explaya en los tiempos lentos que mimó su marido, el director Friedrich Haider, aunque curiosamente su aria final "Di un cor che muore" cantó veloz, perdiéndose esa tranquilidad anímica que emana de la reina escocesa poco antes de ser decapitada. Gruberova en las strettas de los dúos caló bastante, por eso en los dos sobregudos que cerraron los actos II y III tendió a alargarlos y corregirlos, dado que el portamento deviene forma de ataque de las notas elevadas y no un ornamento de elección. Estuvo bastante autocontrolada y ante la competencia de Ganassi y Flórez optó por mantenerse en su papel.

Quien sí que sobresalió y cómo fue Juan Diego Flórez, en su primera ópera en el Liceo, ya que su anterior visita cantó el rossiniano Stabat Mater con Muti en el podio en la temporada 2000-01. El tenor limeño demostró que no hay rol pequeño sino breve dada la valentía y seguridad con que abordó el rol de Leicester. Juan Diego Flórez es poseedor de una voz clara, ágil, diáfana, aterciopleada y sumamente emotiva, de ésas que seducen y crean peligrosa adicción a la que uno no puede ni debe sustraerse. Maneja la voz con sorprendente maestría para lo joven que es, tan sólo 30 años y lo más importante, frasea con una calidez y elegancia únicas, cincelando cada palabra al modo de Kraus. Además canta  con un legato increíble y sin esfuerzo. La emisión es de una total y asombrosa naturalidad, fruto de una colocación perfecta y la voz brilla más a medida que asciende hacia el registro agudo, firme  por su perfecta emisión y resonancia. No es de extrañar que, a pesar de cantar sólo el aria "Ah, rimiro, quel sembiante", los dos dúos con Elisabetta y Maria respectivamente, un terceto en el acto III y sus intervenciones en números concertantes, triunfara a lo grande y compartiera con Ganassi la palma del éxito, derritiendo de placer al público.

Si al excelente nivel de los cantantes principales, añadimos la buena labor de un Simón Orfila, Talbot seguro y homogéneo en toda su extensión, que ha ganado en proyección a pesar de que aún entuba algo y un dúctil Ángel Ódena cuyo Cecil estuvo en todo momento libre de aquel vibrato de años atrás, sin olvidarnos de la Anna de la soprano Anna Nebot, ligera y fresca de voz; el resultado fue redondo.

Friedrich Haider dirigió la versión tradicional de Maria Stuarda, concebida por Armando Gatto, en vez de la edición crítica de Anders Wilkund, que incorpora música del final III de La Favorita en la stretta del encuentro de las dos reinas.  Haider no destapó genialidad alguna pero cuadró la orquesta con los solistas, no permitió desajustes entre vientos y cuerda y acompañó primorosamente no sólo a su esposa, Edita Gruberova, sino al resto de cantantes. Sorprendió por su buen rendimiento el coro, inhabitualmente bien empastado y capaz de lograr bellos efectos apianando. Esperemos que no sea flor de un día y recupere el buen nivel de antaño.

A pesar de la sosez de la versión concertante, el trío de divos llevó al público del turno de domingo al séptimo cielo, provocando ovaciones sin desmayo e innumerables salidas a escena de Gruberova, Ganassi y Flórez. Por lo visto y oído en dicha función, la reina escocesa no fue la única que perdió la cabeza. El público liceísta, contagiado de la pulsión romántica de Donizetti, se sumó entusiasta a un delirio belcantista de ésos que gusta recordar.                                                                              

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This page was last updated on: February 11, 2004