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Juan Diego Flórez El Rey del Bel Canto
Jesús Ruiz Mantilla, El Pais Semanal, 15 February 2004
Pavarotti le ha señalado como su sucesor en el refinado arte del "bel canto". El peuano Juan Diego Flórez, de 30 años, maestro en Rossini, se ha metido en el bolsillo los mejores escenarios de ópera del mundo con su voz, su técnica y su sensibilidad.

Camina deprisa por los alrededores de las Ramblas. Le es difícil mezclarse entre la multitud. Se adentra, sí, pero no se le confunde fácilmente, porque cuando Juan Diego Flórez se pasea entre los barullos de un barrio mediterráneo donde también hay muchos de los suyos, muchos peruanos, que han venido a buscar a Europa las Américas y no las encuentran, es sencillo distinguir en su meneo el porte de un triunfador.

Sale de su ensayo en el Liceo, donde ha cantado con éxito María Stuarda, de Donizetti, esta temporada, decidido, con un chaquetón de cuero negro, un jersey de cachemir, su novia rubia y mas alta que él y un amigo limeño que se ha acercado hasta Barcelona para contar en una revista peruana sus hazañas y sus conquistas en los teatros de ópera más importantes de Europa. Porque Flórez, con 30 años pelados, una voz que utiliza poco para hablar y mucho para cantar y disfrutar de la vida, se ha convertido en el rey del bel canto, ese arte operístico que consiste en sublimar la voz sobre cualquier otro elemento y cuyos principales exponentes fueron Rossini, Bellini y Donizetti.

Ocho años han bastado para que lo conquiste todo. Ocho, desde que debutó con 23 años en el Festival Rossini de Pesaro (Italia), la localidad donde nació ese genio compositor de las más variadas bacanales musicales. "Fue en 1996, con Matilde di Shabran", recuerda. Una ópera que desde entonces él venera tanto como el fútbol o la canción criolla. Porque Flórez, delantero vocacional, ha marcado muchos regates en el área para convertirse en lo que es hoy. Pero sin olvidar de dónde viene, sobre todo los ecos de canciones criollas que ha escuchado toda su vida en su casa gracias a la voz de su padre, Rubén Flórez, curtido cantante de ese repertorio. "Mi padre fue un gran intérprete de música tradicional peruana. Me enseñó una cosa muy importante, que se canta con el alma", recuerda ahora.

No lo olvida Flórez, como tampoco olvida la celebración de la música que se vivía en su casa cada dos por tres. "Todos cantábamos, y a quienes se acercaban a vernos también les hacíamos cantar. Sacábamos las guitarras y los cajones para marcar el ritmo y ya estaba montada", dice.

La manía por la música del niño seguía también en la escuela. "Cantaba de todo, desde el Ave María de Schubert hasta La flor de la canela". Una pieza que, por cierto, sigue interpretando en sus recitales solo y que a la gente le entusiasma especialmente. También hubo una época en la que coqueteó con el pop. "Quise ser cantante de música ligera o de rock. Me gustaban las baladas de Luis Miguel y Led Zeppelín". Tampoco sabe muy bien por qué ha utilizado el pasado para esa frase, porque sigue disfrutando todo tipo de música. "Mientras sea buena, en mi ordenador llevo desde los Beatles y los Rolling Stones hasta lo que sea", confiesa el que con el tiempo se ha convertido en el príncipe del repertorio rossiniano, y quién sabe se, más adelante, en el primer rey de la ópera latino del siglo XXI.

¿Por qué no? Pavarotti ya le ha designado con el dedo. Domingo también lo ve así. Europa ha caído rendida a sus pies en templos como la Scala de Milán, el Liceo, en Pesaro, en el Covent Garden de Londres, en la Ópera de París... Y ahora en Estados Unidos, donde ha triunfado en el Metropolitan de Nueva York y ha sido objeto de la atención de revistas como Vanity Fair, que en su número especial sobre música le destacaba como gran figura de las nuevas generaciones en la ópera.

Él se lo toma con calma., Su carrera, en cambio, resulta meteórica. Pero va decidido a marcar el ritmo, e incluso a romper las expectativas de quien pretende desencasillarle. Hasta hace poco, Flórez era un experto casi exclusivo en Rossini, de quien acumula 15 óperas en su repertorio, desde algunas poco conocidas como la de su debú, Matilde di Sabrán o Le comte Ory, que estrenó este verano también en Pesaro con Jesús López Cobos y Lluis Pasqual en la dirección escénica, hasta las más famosas, como El barbero de Sevilla, que traerá el año que viene al Teatro Real de Madrid, o La italiana en Argel. El se pregunta y se rebela un poco: "Uno podría cantar La italiana en Argel toda la vida, ¿por qué yo no voy a poder hacerlo si me gusta?".

Pero otros le van marcando los pasos, como Pavarotti, que dice que acabará cantando a Verdi y Puccini, algo en lo que Flórez coloca dos interrogantes de los grandes y suelta más porqués al aire: "No tengo por qué cantar La Bohème, no está en mi voz, ni en mi acento, no convencería. ¿Por qué pondrías a Ronaldo a jugar de defensa si lo que le gusta y le va de verdad es jugar de delantero?", interroga el cantante, tifosso del Inter. de Milán. Y lo dice con el conocimiento de quien juega a la caza del gol cuando puede y encuentra equipo, entre gira y gira. "Me gusta repartir bola, como a Maradona", confiesa.
Además hay otra cosa: ¿existe algo en la ópera que se identifique más con el jugo y el juego de la vida, con el placer, con el gusto y la diversión que el bel canto? Eso es importante para Flórez. Él es un gourmet de su profesión, un auténtico defensor del disfrute: "Para cantar bien hay que divertirse. Sentir el placer de hacerlo como al comer algo exquisito o beber un buen vino", dice él, que asegura también relajarse cocinando.

Rossini es para él un máximo exponente de esa mezcla explosiva de canto y vida : "De él me gusta todo, la elegancia, la ligereza, el desafío de la dificultad extrema que no encuentras en otros compositores. De hecho, Rossini nació para fastidiar a los mejores cantantes del mundo. Les hace meterse en sus zapatos y ellos deben tratar de quedar bien. Puedes caer en el ridículo fácilmente con él y hay que estar loco para hacer hoy óperas como Semiramide o Le comte Ory, pero ahí está el reto", afirma el doctor rossiniano.
Con estos desafíos quizá pretenda reforzar el mundo de los cantantes modernos con algo que Flórez cree que falta: "Carisma", dice. "Faltan las figuras carismáticas, no hay buenos sustitutos para los últimos exponentes de esa cualidad que para mí han sido los Corelli, Del Monaco, Callas, Domingo o Pavarotti". El secreto estaba en su relación especial con el público: "Eran capaces de dar todo por el afecto del público y no se resignaban a la simple emoción".

Otra cosa es el divismo, que también hay que entenderlo y que va unido al carisma.- "El divismo es algo que fomentan los fanáticos de la ópera y es parte de la fascinación que produce este mundo. Pero también lleva implícita una actitud que yo no comparto y que supone rechazo hacia ciertas figuras. Un gran divo moderno y en el sentido positivo es Carlos Álvarez, el barítono español, por su forma humilde de afrontar la profesión, pero con una línea impecable, o Cecilia Bartoli, con su apertura de caminos nuevos y su forma de cantar única, por ejemplo".

Flórez trata de mirarse en esos espejos y de predicar con el ejemplo, aunque no está seguro de querer ir más allá de lo que ha conseguido hasta ahora. Es amable con sus seguidores, que los tiene, y muchos. "Sobre todo, unos de Madrid que van a verme en autobús donde sea", afirma. Pero siempre sin perder los horizontes de lo razonable: "Yo no quiero llegar a tener la fama de Pavarotti, ni de Domingo, ni de Callas. Son casos muy raros, muy excepcionales. Yo soy una persona más sencilla, no busco la popularidad de las masas tampoco. Mi objetivo lo he cumplido, que es actuar en los mejores teatros al máximo nivel. Lo demás es extra", dice.

Pero cuando Pavarotti pide escucharle para comprobar hasta dónde puede llegar este astro ascendente del canto, siente el cosquilleo del reto de un jugador ante la mano de su vida: "Cantar frente a él no me da miedo: al contrario, me sube la adrenalina", afirma. Aunque nadie le saca de sus trece: "Me halaga que Pavarotti me considere su sucesor, pero no quiero que eso implique cosas que no me gusta hacer. Soy tranquilo, me alejo de la excitación, de todo lo de este mundo que no sea canto".

Se queda, por ejemplo, con la discreción de Alfredo Kraus, para el que muchos han visto en él también un nuevo sustituto por el estilo de canto: "Él también tenía un repertorio muy definido, para el que consiguió una línea impecable, una elegancia y una voz señorial y aristocrática".

El caso es que este chico limeño, que destacaba en el coro, cargaba con los genes de su folclor, cantaba baladas y escuchaba rock duro, se coló por el camino más difícil. Jamás pensó en sus tiempos del conservatorio de Lima, adonde llegó por indicación de un profesor amante de la zarzuela, o más tarde en la escuela de Filadelfia, a la que fue a parar con una beca para perfeccionarse y donde descubrió sus dotes rossinianas haciendo El barbero de Sevilla y El viaje a Reims, que se convertiría en el nuevo mesías del bel canto en todo el mundo.

Puede que sea cosa también de la pujanza de voces latinas en estos tiempos, concretamente de tenores latinos, porque Flórez es de la misma generación que los Aquiles Machado (Venezuela), Ramón Vargas (México), José Cura (Argentina), algo para lo que el cantante tiene una explicación: "Es por nuestra tradición musical. Siempre ha habido buenos tenores latinos porque nuestra forma de cantar rancheras, balada, tangos... tiende a la exageración. Nuestra música propicia el canto operístico. Además hablamos en tonos de voz altos, por eso también lo bajos y los barítonos son más típicos de Alemania, Rusia y zonas del norte de Europa". Cuestión de tonos, en fin.

También reivindica la pequeña pero dignísima historia de los tenores de Perú, de quienes él se siente estirpe orgullosa. "En Perú hemos tenido cuatro tenores con carrera internacional. Alejandro Granda, que cantó hasta 30 óperas en la Scala y llegó a ser el preferido de Toscanini en los años treinta y cuarenta; Luis Alba, que cantó entre los años cincuenta y setenta; Ernesto Palacio, que ha cantado hasta los noventa, y yo. Todos hemos actuado en la Scala, en el Metropolitan, en el Liceo", presume.

Él, que es aficionado a la fotografía y que dispara a todo lo que se va encontrando a su paso con su camarita digital "luego se lo mando a mi mamá"-, tiene colocados a sus tres predecesores en una galería de retratos íntima, a modo de estampitas que le recuerdan lo duro que es llegar y mantenerse en la cima. Justo el lugar donde se ha colocado él y del que va a ser muy difícil moverle.

With very special thanks to Josep Subirá and Yolanda Muñoz

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This page was last updated on: March 21, 2004