REVIEW
Recital, Valencia, 2 May 2007
Vincenzo Scalera and Juan Diego Flórez in rehearsal, 2 May 2007
Un recital para la historia
A. Brotons Muñoz, Levante, 3 May 2007
La entrada del bel canto en el Palau de les Arts ha tardado, pero se ha producido por la puerta grande, con una actuación que dentro de muchos años los que la presenciaron rememorarán por la perfección con que hasta los más mínimos detalles fueron en ella realizados por un cantante de leyenda en un momento de forma que hoy por hoy sólo él mismo parece en condiciones de superar aunque no quepa concebir de qué manera.
Juan Diego Flórez (Lima, 1973) posee todas las virtudes que definen el género y ninguno de los defectos que, precisamente, lo desvirtúan. La voz es la de un tenor lírico-ligero que parte de un timbre de belleza extraordinaria porque lo son la claridad de su color, la riqueza de sus armónicos y la homogeneidad de su esmalte en todos los registros. La técnica es la de un maestro como la de su admirado Alfredo Kraus, pero la maneja aún con más relajación para otorgar a cada nota su ubicación más oportuna, una afinación impecable y un control dinámico no menos exacto a la par que inteligente. El fraseo resulta, así, siempre depurado, natural y seductor.
Cuando la dificultad se llama coloratura, no hay zonas de paso ni alturas secundarias que valgan, porque no las permite el constante sostén de la columna sonora. Si de saltos se trata, no se encontrarán que se le resistan, sino que por temerario que se antoje nunca se recurre a la apoyatura que facilite el trance. La respiración se calcula con una eficacia inusitada para prolongar hasta lo inverosímil cualquier altura o tirada en repetidas exhibiciones de fiato que sólo incurrirían en alarde superfluo si no se vieran acompañadas de la más convincente musicalidad para poner estos y otros medios al servicio de la expresión. Como consecuencia y remate de todo lo dicho, se le entienden todas las palabras no importa en qué idioma y todas las intenciones compositivas se cumplen con impacto directo e inmediato en los oídos y corazones.
La capacidad de asombro del público se vio una y otra vez acrecentada desde el mismo "retrato" de La flauta mágica con que empezó la velada hasta media hora después de terminado el programa oficial, cuando se ofreció la cuarta y última propina. Ésta consistió en la repetición de la Bella enamorada, quizá para que se pudiera decir nada se cantó por debajo de la excelencia absoluta. Y no se pase por alto la notable contribución de Vincenzo Scalera, que sin duda le hará merecedor de compartir las frutas aragonesas regaladas por una de las muchas entusiastas justificadamente llevadas al delirio por este auténtico recital para la historia.
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