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Recital, San Sebastián, 31 August 2003

Este chico rompe moldes, Diario Vasco, 1 September 2003
Voz angelical, El Correo, 2 September 2003
Juan Diego Flórez, un alto en el camino, La Razón, 2 September 2003
El juego delo dispar, ABC, 2 September 2003
La elegancia del canto del peruano Juan Diego Flórez, El Pais, 2 September 2003
Se le veía venir, Mundo Clasico, 5 September 2003
Photo: Lobo Altuna
Photo: La Razón
Este chico rompe moldes
Emecé, Diario Vasco, 1 September 2003

Ayer, en el Auditorio del Kursaal, se vieron rostros que durante el resto del año están presentes en otros muchos aforos musicales de nuestra geografía (La Coruña, Bilbao, Barcelona, Madrid, Sevilla, Oviedo, Jerez de la Frontera, etc.), asiduos a los distintos acontecimientos donde el canto lírico tiene su protagonismo. Todos habían venido a Donostia con el mismo objetivo: escuchar a Juan Diego Flórez, lo cual no causa extrañeza alguna y reconforta después de lo vivido durante 98 minutos.

En ambiente ya se caldeó, con un público predispuesto a disfrutar ab initio, tras interpretar el durísimo recitativo y aria Misero o sogno o son desto K.431 de Mozart, al recibir el cantante los primeros e indubitados aplausos. Desde ese momento, que le sirvió para poner, en su sitio, ya sobre tablas, a una voz maleable como un junco, todo fue in crescendo.

Su Romeo de I Capuleti e I Montecchi permitió conocer la verdad de estar ante un intérprete excepcional en la concepción técnica y expresiva del bel canto, al hacer Mi rendi più contento è serbato. después de lo cual empezaron a aparecer los primeros ¡bravo!.

En su cuerda hay que remontarse a muchas décadas atrás (referente Rufo) para escuchar un Rossini como el presentado ayer. En la canción L'esule, perteneciente el conjunto Morceaux réservés hubo verdad en la emisión y valentía en los pasajes al registro agudo, pero es que en Principe più non sei de La Cenerentola nos encontramos con un canto de hombre en coloratura, en legato y en fraseo que creíamos ya irrecuperable. Aquí ya el respetable se desmadejó. Desde luego, este chico rompe los moldes establecidos, por conformismo, desde hace mucho tiempo.

El canto barroco de Gluck fue otra forma de demostrar su calidad excepcional, donde la respiración casi ha de llegar por los poros. De la versión francesa de Orfeo y Euridice nos cautivó en J'ai perdu mon Euridice y en L'espoir renait con una lección perfecta, donde el registro agudo es, tan solo, una faceta más de su sabiduría. No todo se centra en los do pecho, fa natural o si bemol.

Fiel a sus orígenes nos presentó un bloque de cuatro canciones suprandinas, demostrando que la canción popular también puede salir de una voz de oro. Su arreglo musical del anónimo La jarra de oro demostró una profunda formación y su versión de La flor de la canela (premonición de esta pluma) ya será, para siempre, una referencia por encima de otras, pese al forzado final.

Para los amantes del agudo quedarán impresos, en los paneles del techo del auditorio, los nueve latigazos del Ah mes amis de La Fille du régiment; para otros, también la belleza de su timbre, la elegancia de sus dicción y el calor de su entrega. Y con las tres propinas se consolidó la gran noche de esta Quincena, pese a las prisas de quienes abandonan sus butacas antes de acabar el espectáculo. ¡Qué bárbaro haciendo Tosti!
Fecha: 31-VIII-2003.
Lugar: Auditorio Kursaal. Intérprete: Juan Diego Flórez (tenor). Programa: Obras de Mozart, Bellini, Rossini, Gluck, Andrés Sas, Rosa Mercedes Ayarza, Donizetti, Verdi, Tosti. Pianista: Vincenzo Scalera..


Voz angelical
Nino Dentici, El Correo, 2 September 2003

El tenor peruano Juan Diego Florez lleva unos años encumbrado como el mejor
intérprete rossiniano. La verdad es que cuando canta algo del cisne Pésaro
se le nota como más cómodo, lo difícil lo hace fácil y su limpieza tímbrica
y su facilidad en el registro agudo son los ideales también para modular las
rápidas notas del citado compositor. Lo cual implica una especialización.Es
decir que cuando canta la cabaletta de I Capuleti de Bellini, por ejemplo,
se aleja de su propio estilo ya que para éste, le falta la garra y el
heroicismo que se requieren. No es que Florez lo cantara mal, pero empleó un
excesivo lirismo y su canto, fruto de una voz ligera y fresca, en todo lo
que interpretaba y que tuviera que ver con cierta pasión, desembocaba en el
lucimiento de su registro agudo.

Destacó la destreza y la riqueza en el acompañamiento al piano del maestro
italiano Vincenzo Scalera, a quien fue un auténtico placer escuchar.


64 Quincena Musical Juan Diego Flórez, un alto en el camino
Gonzalo Alonso, La Razón, 2 September 2003

He escuchado a Juan Diego Flórez en muchas ocasiones: «Alahor en Granada»,
«Falstaff», «Cenerentola», «El Conde Ory», «Stabat Mater»... y en tres
recitales en pocos meses. Mis juicios han sido enormemente positivos, tanto
como para llegar a calificarle como el mejor tenor del mundo en su género,
por técnica, timbre, musicalidad, comunicación, etcétera. Sin embargo
ciertos detalles de su recital donostiarra deberían servirle para superarse
en el camino al estrellato al que está desti- nado. Un número uno ha de
saber plantear un programa. El de la Quincena dejaba que desear. Se entiende
el deseo de dar a conocer canciones de su país, pero en un recital serio no
se pueden cantar textos como «Ay, Pepa, permita Dios que te quepa» o
adulterar la frescura de una «Canción de la canela» para «atenorizarla» con
un final improcedente. Bien como propinas, mal como cuerpo de programa.

Fines pirotécnicos

Y, ¿qué sentido tiene finalizar, tras ese folclórico ramillete, con «La hija
del Regimiento» colocada exclusivamente con fines pirotécnicos? El arte es
algo más. Kraus, a quien Flórez admira tanto como a Pavarotti, nunca hubiera
diseñado un programa similar. Dentro de estos detalles hay que citar también
el hecho de sacar una partitura en mano en una carpeta azul de esas que se
llevan al colegio. La de «L espoir renait» de Gluck, la misma de cuya letra
se olvidó en Pésaro. ¿Acaso aún no ha tenido tiempo de aprendérsela?

Por lo demás le escuchamos algunas novedades respecto a sus recientes
recitales. Empezó por un Mozart ¬«Misero o sogno o son desto»¬, autor poco
frecuente en él, como lo fuera en el repertorio de Kraus, porque no permite
al tenor tanto lucimiento como otros. Le sirvió para entrar en calor, ya que
estuvo frío y excesivamente académico. Dio lo mejor en las arias de
«Capuletos y Montescos», «L esule» y «Cenerentola», para ofrecernos la
novedad de tres páginas de Gluck de «Paris y Elena» y «Orfeo y Eurídice».
Dijo muy bien el lamento de Orfeo, pero en el «Oh del mio dolce ardore» no
pudo evitar el recuerdo del «legato» de Berganza y dio la impresión de andar
un poco justo de «fiato». El apartado peruano dio paso a la ristra de «does»
de «A, mes amis». De nuevo un placer escuchar este aria con tal facilidad y
frescura.

Y con las propinas llegó el delirio: la «Furtiva lagrima», la «Dona é
mobile» y un Tosti algo fuera de estilo. Faltó la habitual «Granada». ¿Por
qué sería? Aun con muy buen nivel, no ha sido el mejor de los últimos
recitales de Flórez, pero ojalá tuviéramos algún tenor verdiano o wagneriano
de igual calidad. El público donostiarra, que no le conocía, se le ha
entregado hasta ponerse en pie y ya espera con ansia «La dona del lago» de
la próxima Quincena.


El juego delo dispar
Alberto González La Puente, ABC 2 September 2003

Quincena Musical
J. D. Flórez, tenor. V. Scalera, piano. Obras: Mozart, Bellini, Rossini, Gluck, Donizetti y canciones peruanas. Fecha: 31-VIII. Lugar: Auditorio Kursaal.

Así que en este entramado de equilibrios la aparición de Juan Diego Flórez en recital había de acabar por convertirse en un ejercicio de prestidigitación. Ya se sabe que Flórez es un cantante que levanta pasiones y hasta renueva el espíritu de los incondicionales que acuden al camerino en masa. Es razonable, pues a la singularidad de una voz que hace fácil lo extremadamente difícil, se añade un cuerpo vocal y una belleza en el timbre del todo infrecuentes. La seguridad al atacar el agudo, la potencia en la emisión, la igualdad en los registros, hasta la simpatía personal hacen sospechar que nada parece faltar a quien habla de tú a Bellini, Rossini, Donizetti o sabe cantar con el acento justo las canciones de su Perú natal. Un recital de Flórez se espera que sea una exhibición de facultades. Las hubo con «La fille du régiment», «La Cenerentola» y «Orfeo y Eurídice», reuniendo momentos que, formalmente, cabría haber redondeado, evitando aparecer con la partitura para cantar uno de los fragmentos, alargando en exceso las ausencias durante las salidas del escenario entre bloques de obras o cambiando en el último momento el programa: anécdotas de un programa que puso al Kursaal en pie y con el que la Quincena renovó su infatigable propósito de acercar lo excelso y lo cotidiano.


Se le veía venir
Andoni Munduate, Mundo Clasico, 5 September 2003

Y es que se puede decir cualquier cosa de este chico, menos que es
desconocido para el aficionado lírico mínimamente al tanto de la actualidad
del mundillo. Desde el año 1996 en el que gracias a una sustitución bordara
el papel protagonista de la ópera Ricciardo e Zoraide en el Festival Rossini
de Pésaro, ha arrastrado hasta estos días una trayectoria repleta de
ovaciones y auditorios en pié, desde el Metropolitan de New York hasta el
Covent Garden, pasando, cómo no, por la Scala de Milán.

Para la cita del Kursaal, lleno hasta la bandera, escogió un programa que
recogía desde Mozart hasta canción peruana, pasando, como no podía ser de
otra manera, por Rossini. Inevitable, ya que algún crítico (incluso de esta
misma casa) le ha calificado como el mejor tenor rossiniano de la historia.

Dio comienzo a la velada un aria para concierto, Misero o sogno o son desto,
de W. A. Mozart que el artista ejecutó con elegancia, fraseo bello e incluso
excepcional interpretación tanto física como lírica. Éste último fue,
quizás, el elemento que se echó en falta en el resto del recital, ya que del
tenor brotó un Bellini lleno de fuerza y cabriolas vocales, aunque diría que
la psicología, la expresividad de su lírica cedió ante la demostración de
fuerza. El Mi rendi piú contento dio paso a un 'È serbato' de I Capuleto e I
Montecchi que impregnó de eufonía el auditorio, haciendo gala el Peruano de
una potencia que hacía tiempo que no se veía en un tenor de ese tipo, y
menos por estos lares. No cabe duda de que la técnica que alardea Flórez es
impecable, y de ello se percató hasta el más neófito en la materia de los
aficionados que poblaban el graderío.

Después de Bellini arribó el ingrediente que no podía faltar en un programa
digno de Juan Diego Flórez: Rossini. Con las limitaciones interpretativas
propias de un recital acompañado de piano frente a una ópera completa y
representada, el tenor mostró energía y frescura tanto en el 'L'esule' de
Morceaux Réservés como en la archiconocida y complicada aria 'Ritrovarla io
giuro', con su respectivo recitativo, de la ópera La Cenerentola. Ambos
fragmentos los armó con una elasticidad diafragmática y claridad de dicción
que ya quisieran para sí más de un tenor considerado especialista en la
materia.

Tras el merecido descanso el programa trajo 3 piezas de Gluck entre los que
brilló con luz propia, cómo no, la también célebre 'J'ai perdu mon Euridice'
de Orfeo y Euridice, obra que fue representada a mediados de este mes en
esta misma edición de la Quincena. El tenor hirvió de vigor y nervio dejando
al público boquiabierto.

A continuación siguió la parte del programa que representaba menor interés
lírico, ya que un tenor de la categoría de Flórez cantando canciones
peruanas, no dejaba de ser una mera anécdota de añoranza y evocación de su
patria. No por ello dejaron de ser bonitas las cancioncitas, atrayendo la
última de ellas, La flor de la canela, la atención de cierto sector del
público aficionada a este tipo de música popular.

Como colofón final del programa previsto, el 'Ah, mes amis' de La fille du
régiment sonó, sencillamente, como tenía que sonar. El tenor sacó de sus
pulmones, uno a uno, todos los dos de pecho que tiene la complicadísima
aria, y se desenvolvió a la perfección en el portentoso agudo final. Ello
con un excelente francés, dicho sea de paso. Todo comentario accesorio es
redundante: simplemente excepcional. A alguno nos recordó las versiones que
su admirado (de Flórez) Krauss hacía del mismo fragmento de la obra de
Donizetti. Parece mentira que estemos hablando de un tenor de tan solo 30
años, y que le comparemos ya con uno de los más grandes de la lírica. El
hecho de asimilar la dimensión en agudos de aquel con la de éste
considerará, supongo, un honor para Flórez.

Como primera de las 3 propinas con las que Flórez obsequió a la masa ya
extasiada con una 'Una furtiva lacrima' a la que le faltó, una vez más,
padecimiento y angustia en la interpretación, aunque, una vez más (también)
le sobró técnica y potencia. A continuación propinó con un L'alba sepàra
dalla luce l'ombra de Tosti preciosa y la, tantas veces interpretada, 'La
donna e mobile' del Rigoletto. Piezas ambas que abordó con corrección.

El público se deshizo en bravos e incluso se puso en pie, lo cual hacía
tiempo que no se veía en el frío coliseo Donostiarra. Sin duda Juan Diego
Flórez se va de Donosti dejando tras de si un reguero de nuevos aficionados
y seguidores suyos, alguno de los cuales no dudaba de su presencia en la
cita que para el año que viene ha cerrado el tenor con la misma afición, ya
que interpretará La donna del lago, de Rossini, en la 65 edición de la
Quincena Musical. Determinadamente, el evento promete. Lo cierto es que se
echó de menos un programa más adecuado a la tesitura de tenor lírico ligero
(lo que los italianos llaman tenore di grazia) del que Flórez representa un
ejemplar único en la actualidad, un recital más centrado en obras de Rossini
y Donizetti, por ejemplo.

Para concluir, parece un aspecto a corregir la aparente monotonía de
expresividad lírica que condenó a Flórez a no reflejar la heterogeneidad de
los estilos que recogió en hora y media de canto. Aunque ello se vio, sin
duda, compensado con la impecable potencia y la estupenda proyección sonora
de los que goza el tenor Limeño, ya que aunque el cantante no transmitía la
alegría, la aflicción, el amor o el despecho, sin duda irradiaba energía y
vibraciones al público presente.

Con todo no cabe duda de que en el futuro, con el paso del tiempo y la
adquisición de experiencia harán de él si no el mejor, sí al menos uno de
los más destacados tenores ligeros (es un decir) de la historia.

San Sebastán, 31.08.2003. Auditorio Kursaal. Juan Diego Flórez, tenor.
Vincenzo Scalera, piano. W. A. Mozart: Misero o sogno o son desto
(Recitativo y Aria), K 431. Vincenzo Bellini: Mi rendi più contento è
servato, de 'I capuleto e i Montecchi'. Gioacchino Rossini: L'Esule, de
'Morceaux réservés' y Principe più non sei, de 'La Cenerentola'. Christoph
Willibald Gluck : Oh del moi dolce ardore, de 'Paride ed elena'; J'ai perdu
mon Euridice, de 'Orphée et Euridice' y L'Espoir renait, de 'Orphée et
Euridice'. Andrés Sas: El pajonal. Rosa Mercedes Ayarza de Morales: Cuando
la tórtola llora. Anónimo: La jarra de oro (Arreglo: J. D. Flórez). Chabuca
Granda: La flor de la canela. Gaetano Donizetti: Ah, mes amis de 'La fille
du régiment. Propinas : Gaetano Donizetti: Una furtiva lacrima de 'L'elisir
d'amore'; Giuseppe Verdi : La donna è mobile de 'Rigoletto'. Francesco Paolo
Tosti: L'Alba sepàra dalla luce l'ombra de 'Quattro canzoni d'Amaranta'.
Quincena Musical de San Sebastián.


La elegancia del canto del peruano Juan Diego Flórez
Juan A. Vela del Campo, El Pais, 2 September 2003

Déjame que te cuente, caramba. Llegó Juan Diego Flórez... y la armó. El
tenor peruano está en uno de esos momentos de dulce en que todo le sale
bien. Todo lo que él elige, claro: las arias de Mozart o Gluck. Las
belcantistas, las canciones populares peruanas. Sabe lo que le conviene y en
su territorio se mueve con una suficiencia apabullante.

Pertenece Flórez a la cultura del agudo. Las notas estratosféricas las
resuelve con una limpieza descarada. Pero no se queda solamente en la
exhibición atlética. Flórez frasea con elegancia, cuida la dicción al
límite, en el idioma que sea, y, por si fuera poco, tiene un color vocal
hermoso, cálido, envolvente. Además, pisa el escenario con personalidad y
cierta ironía. En un momento dado del recital de San Sebastián dijo que no
iba a cantar una de las piezas anunciadas, dejando en el aire que podría ser
Ah, mes amis, de La hija del regimiento, con su cascada pirotécnica. Retiró
en seguida la alusión, pero a más de uno le había cambiado el color de la
cara.

En casos como el de Flórez, se intenta siempre buscar de dónde viene su
estilo de canto, cuáles son sus influencias. No hay una sola, desde luego.
Está, por un lado, la línea peruana, con el excelente rossiniano Ernesto
Palacio (ahora, su mentor: una decisión sabia). Y, quizá por la luminosidad,
el mozartiano Luigi Alva. En la europea es inmediato pensar en Titto Schipa
y, ya más cerca, en Alfredo Kraus. Lo que importa de Flórez, en cualquier
caso, es él mismo. Su seguridad, su descarada osadía, su finura tímbrica, su
musicalidad, su capacidad de fascinación.

Del recital donostiarra hay que destacar la fabulosa línea melódica que
infundió a Gluck y Bellini, la precisión en Rossini o Donizetti y la emoción
de las canciones andinas, desde Cuando la tórtola llora ¡caramba! a La flor
de la canela: una maravilla.

Flórez dosifica el ritmo de sus actuaciones controlando hasta el detalle más
nimio. No se desmelena nunca, ni siquiera en las propinas, por mucho que el
teatro echase fuego anteayer después de Una furtiva lágrima o La donna è
mobile, de Rigoletto. Era el momento entonces de enfrentarse a Tosti. Y de
verdad, qué bien, qué bien su Tosti para cerrar un recital a medio camino
entre la pirueta exhibicionista y la música oculta que late en lo
inalcanzable.

Como pueden imaginar, el recital de Flórez en el Kursaal de San Sebastián
fue una gran fiesta del canto. Hizo lo que le dio la gana, en el orden que
quiso, pero todo con excelencia. Qué más da en estas circunstancias teorizar
sobre la coherencia en la construcción del programa. Se le habría agradecido
lo que sea, desde cantar La pira, de El trovador, hasta una nana limeña.

Flórez ya había actuado en la Quincena musical hace tres años como tenor del
Stabat Mater, de Rossini. Todavía no estaba en la cumbre de los tenores.
Pero ya saben que el festival donostiarra se caracteriza, entre otras cosas,
por ir varios años por delante. El caso Flórez se une, así, a los de Thomas
Quasthoff, Christian Zacharias, Fabio Biondi y otros muchos. En fin, son
cosas que definen a la Quincena.

Acompañó dignamente al piano Vincenzo Scalera. Acudieron aficionados a la
ópera de toda la geografía española. Nadie se sintió defraudado.

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This page was last updated on: January 27, 2004