REVIEWS Recital: Madrid, Teatro Real, 5 March 2002 La técnica y los malos ratos, El Pais, 13 April 2002 La maldita flema, El Pais, 7 March 2002 Recital, La Razón, 8 March 2002 La emoción del canto, ABC, 9 March 2002 _______________________________________________________________ |
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La técnica y los malos ratos Jesus Ruiz Mantilla, El Pais, 13 April 2002 JUAN DIEGO FLÓREZ aparecerá este año dos veces en España. La primera, en junio, en el Festival Mozart de A Coruña, donde dará un recital; la segunda en Barcelona, donde cantará La donna del lago en el Liceo la próxima temporada. Madrid comprobó su madera de músico en el Teatro Real el mes pasado, donde Flórez salió como un torero de un mal trago. Una maldita flema se le instaló en los registros graves en mitad de un recital en el Teatro Real de Madrid y Flórez se quedó sin voz pero esquivó el mal fario. 'Fue al final del primer bloque de arias. Paré y adelanté el descanso. Pero volví a salir y, aunque no había desaparecido la flema, pude cantar'. Lo dice como si fuera suerte o milagro. Pero no, su triunfo fue obra de la técnica prodigiosa que lleva consigo. 'Lo importante es saber qué hacer. La técnica sirve para eso, para salir de los apuros. Lo que hice fue sacar la voz de los graves y ponerme en el registro agudo', cuenta. Y es que con un debut como el que tuvo en Pesaro en 1996, Flórez se ha demostrado que puede con casi todo. 'Cantaba un papel secundario en Ricardo e Zoraide. Bruce Ford, el tenor principal de Matilde di Shabrán se puso enfermo dos semanas antes de hacerlo y canceló. Entonces, el director artístico, que me había visto cantar, me lo ofreció', cuenta Flórez. '¿Crees que puedes aprenderte el papel en dos semanas', le dijo. El jovencito debutante se puso nervioso, pero por dentro, como los grandes, sin demostrar un tembleque. 'Pedí ese tiempo para hacerme a la idea, la decisión la tenía tomada. Era que sí, pero yo no podía creerlo'. Y con aquel triunfo en Pesaro, comenzó a comerse el mundo con los ingredientes de un músico que dejó de componer óperas precisamente para inventar recetas de cocina: el gran Rossini. J. La maldita flema Juan Angel Vela del Campo. El Pais, 7 March 2002 Parecía que el recital estaba gafado. María Bayo había cancelado por inoportuna enfermedad y Juan Diego Flórez se vio obligado a retirarse después de la tercera canción. 'Estas cosas pasan hasta en las mejores familias', dijo. Y añadió: 'Es una flema', a modo de explicación. El tenor peruano actuaba por primera vez en Madrid. Pues sí que es mala suerte comenzar así. Flórez es el tenor lírico-ligero del momento. Y se presentaba en el Real, aunque fuese al margen de la programación oficial. Además, había comenzado bien, con una impoluta Ridente la calma, de Mozart. 'Las flemas se colocan en las cuerdas vocales y es como si raspasen', explicó Flórez. Más de media hora tardó en reanudarse el recital y el tenor advirtió que no estaba recuperado. Había aparecido la duda, pero, a pesar de todo, las esperanzas estaban en lo más alto. En Rossini, la inseguridad era evidente. Rossini, qué mala pata: el plato fuerte del tenor. Su actuación del verano pasado en La donna del lago en Pesaro fue de las que cortan la respiración. Las canciones peruanas dieron un tono de aire fresco al recital, desde Cuando la tórtola llora hasta una antológica versión de La flor de la canela. En ese instante me acordé de Mario Vargas Llosa y la última cena que compartimos el pasado verano en Salzburgo, después de un recital de Cecilia Bartoli. Nos deshacíamos en elogios del tenor peruano. No era para menos. El color: denso, luminoso, de lírico-ligero puro. El fraseo: transparente, diáfano. El carácter: valiente, entregado, de tenor histórico. Todo eso salía a ráfagas en el Real, aunque sin la continuidad arrebatadora a la que Flórez nos tiene acostumbrados. El tenor seguía carraspeando, leches, qué mala suerte. Con los fragmentos de zarzuela se fue un poco más hacia arriba. La maldita flema se cebaba en los graves. Bueno, de lo malo era al menos un consuelo tratándose de un tenor. Sufríamos con el cantante, pero éste demostró coraje, temperamento, agallas, y se lanzó a los nueve do agudos de Ah, mes amis de La hija del regimiento. Y los dio sin despeinarse. Para muchos fue suficiente. Más aún, al revalidar su poderío con una impecable cabaletta de El barbero de Sevilla y con una elegante, lírica, maravillosa versión de Granada. La personalidad, la naturalidad del tenor habían quedado a salvo. Juan Diego Flórez dejó claro que es el heredero de la gran familia de tenores peruanos, la de Ernesto Palacio, o la de Luigi Alva. Es eso, y mucho más. Es un primer símbolo de las voces y actitudes del siglo XXI en la cuerda de tenor. No llega a los 30 y tiene una madurez envidiable, capaz de sobreponerse a las dificultades, de dar la cara, de no perder la compostura. No fue, ni mucho menos, el del Real un recital impecable, pero al menos el tenor dejó la sensación de que vale la pena ir al fin del mundo por escucharle. La próxima oportunidad dentro de España es en A Coruña el 7 de julio dentro del Festival Mozart. Un consejo: hagan ya las reservas de entradas. Por lo que pueda pasar. Recital Gonzalo Alonso, La Razón, 8 March 2002 Este recital - un acto privado de la Fundación del Monte de Piedad de Madrid- no habría recibido crítica de no tratarse de la presentación madrileña de un joven tenor en alza destinado a ser auténtica estrella del bel canto: Juan Diego Flórez. Inicialmente estaba previsto un acto a dúo con María Bayo pero, convaleciente la soprano de una operación, Flórez aceptó asumir todo el protagonismo, modificando y ampliando el programa. Pero la velada estaba gafada y el tenor peruano de veintinueve años se encontró con una flema que no había forma de echar fuera. Quien firma, que le ha escuchado ya en el extranjero, percibió desde la primer pieza de Mozart -«Ridente la calma»- que algo no acababa de ir bien. La inseguridad era patente. «Esto pasa en las mejores familias», aclaró con soltura y gracejo el artista en plena cabaleta de «Capuletos y Montescos» y se retiró unos minutos que se transformaron en un anticipado descanso. Tras él, con la flema aún presente, salió al escenario para «intentar sacar adelante el programa». ¿Y vaya si lo hizo! La afección afectó sólo a los graves y, salvo estos y las terminaciones de frase, lo demás estuvo en su sitio. Flórez posee una de las voces de tenor más bellas del presente, con timbre viril a pesar de tratarse de un lírico ligero. Frasea con gusto y dicción perfecta. Es generoso, transmite naturalidad, pero también es inteligente. Le acompaña la presencia física y el saber estar sobre un escenario. Demostró ya la clase en la difícil escena de «Cenerentola», calentó al público en un par de canciones peruanas hasta hacerle vibrar en la célebre «Flor de la canela». Público arrebatado A partir de ahí se le entregó el público, que disfrutó de interpretaciones modélicas de «El último romántico», «El trust de los tenorios» y un impresionante «Ah! Mes amis...» de «La hija del regimiento». Las propinas: la cabaleta de «El barbero de Sevilla» y una emocionante «Granada» acabaron de arrebatar a un público poco habitual de la lírica y a los aficionados que no habían querido perderse el debut de uno de los valores con más futuro. «Una furtiva lágrima» brotó en algunos ojos al recordar a los jóvenes Kraus, Di Stefano y Carreras. Empezó como noche aciaga pero terminó a lo grande. ¿Qué pena la ausencia de Bayo! Habría sido una apoteósis. La emoción del canto Alberto González Lapuente, ABC, 9 March 2002 «Recital lírico inaugural del tercer centenario de la fundación del Monte de Piedad de Madrid (1702-2002)». J. D. Flórez, tenor. V. Scalera, piano. Teatro Real. 5 de marzo. No le ha faltado emoción a la presentación madrileña del tenor peruano Juan Diego Flórez. Para algún incondicional hasta su pizca de sufrimiento. Había sugerido el viejo Monte de Piedad madrileño que lo mejor para iniciar su tricentenario era un recital al alimón entre la soprano María Bayo y el tenor Juan Diego Flórez y la enfermedad, debidamente justificada, de la primera deja al segundo solo ante el peligro. Con el programa en la mano es obvio que Flórez venía a lucir sus condiciones y así con la naturalidad de un triunfador pisó el escenario del Teatro Real hasta que el incómodo viaje de una flema le obligó a abandonar a Bellini, al poco el escenario y unos minutos después a los espectadores a quienes se invitaba, a través de la megafonía, a anticipar el descanso del recital para dar tiempo a la recuperación del cantante. La sequedad de Madrid se había mostrado implacable con la garganta del artista. Para rematar, aún vendría cierta incomodidad ante la colocación de la voz, tal y como lo explicó el propio Flórez justificando la falta de unos graves que en realidad nunca existieron, al menos en este recital. Seguramente porque no hacía falta que estuvieran, pues lo que a cambio se escuchó tuvo suficiente entidad como para que la voz de Flórez cause, de entrada, respeto. No se trata tanto de la seguridad para apuntalar de semejante modo los agudos, ya fuera en la arriesgada «Pour mon ame» de «La fille du régiment» o del «Si ritrovarla io giuro» de «La Cenerentola». Lo de Flórez puede llegar a estar más allá del espectáculo. Para ello cuenta con una voz rica que corre por la sala con fluidez y colma los oídos; la limpieza de una pronunciación brillante, clara e intencionada, y, sobre todo, la soltura de un estilo en el que aparente facilidad y dominio se dan la mano. Posiblemente no era el día para entrar en refinamientos, aunque la disposición inicial, cuidando los límites entre el Mozart más liederista y el más brillante músico de teatro hicieron presagiar otros detalles. Entregado a las circunstancias, y enfrentado con ellas, lo de Juan Diego Flórez fue ante todo una demostración de buen decir, de simpatía ante las canciones peruanas y pasión con la zarzuela. Toda una apuesta de futuro. |
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