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Il Barbiere di Siviglia, Teatro Real, Madrid January 2005
Juan Diego Flórez & María Bayo
Photo: Teatro Real


Un «Barbero» de hoy, ABC, 15 January 2005
La belleza efímera, El País,15 January 2005
Un barbero que baila, La Nueva España, 15 January 2005
'El barbero'... de María, Diario Vasco, 15 January 2005
Coherencia estética, El Norte de Castilla,  17 January 2005
Le «Barbier» déménage à Madrid, Liberation, 24 January 2005

See also: Quotes Page 10   
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Un «Barbero» de hoy
Alberto Gonzalez LaPuente, ABC, 15 January 2005

Vuelve «El barbero de Sevilla» a Madrid. Siempre se agradece el retorno de la obra a una ciudad de tan rossiniano abolengo. Especialmente si se procura en condiciones semejantes. El Teatro Real ha invitado a un reparto de peso incluyendo al tenor de moda, Juan Diego Flórez. Con él llega la más moderna escuela rossianiana que mucho debe a la edición crítica de la partitura que Alberto Zedda pusiera en circulación hace treinta años con el fin de viajar a las esencias mismas del pensamiento del compositor. Con ella en la mano se estrenó ayer esta nueva producción de la obra de Rossini.

A la cabeza de la misma, que no en primer lugar, figura el tándem formado por Gianluigi Gelmetti y Emilio Sagi, director musical y de escena, respectivamente. Ambos predestinados a entenderse por la sencilla razón de que foso y teatralidad cuadran a través de una misma idea de fondo, cercana a la moderna praxis que marca el espíritu primigenio de la edición crítica de Zedda. Un ejemplo: suena la obertura y ya se adivina la dimensión camerística de la versión. A partir de ahí la Orquesta Titular del Real se mantiene con un sonido recogido y reducido, suficiente como para dejar en el aire sonoridades insólitas, detalles tímbricos sorprendentes y colores nuevos. Pero el trabajo a ese nivel no es fácil, requiere viveza interior y la orquesta manifiesta en algún momento cierto cansancio, al margen de que se espere una alegría que no llega. Así lo quiere Gelmetti, ahí y en un continuo de seca articulación y presencia ingrávida.

También en la escena se respira esa peculiar contención que por momentos deja el anhelo de una mayor naturalidad. Sagi ha hecho un trabajo muy cuidado, punteando el recorrido con dos o tres momentos de gran empaque. Desde luego el final del primer acto con la escena dividida en dos mitades horizontales, dos escenarios superpuestos que muestran simultáneamente la residencia del Doctor Bártolo y su sótano. Es también muy notable la escena de la «calumnia» construida sobre una nube de seda que parece elevar a Don Basilio a las alturas, así como ese final algo verbenero en el que el rechinar de los colores sustituye al blanco y negro que hasta ese momento han sido las tonalidades dominantes. Eso sí, un pequeño detalle distancia el trabajo de Sagi del de Gelmetti: frente al deseo de rigor de este último, la escena no se niega a las historias paralelas o a movimientos de figurantes incluso en momentos culminantes para la voz, allí donde toda la atención recae en el cantante protagonista.

Bien es cierto que la pequeña dimensión sonora del foso deja el espacio ideal a un gran plantel de grandes voces «pequeñas». La primera la de Juan Diego Flórez quien hace su primera aparición operística en Madrid. En él importa, y aquí se ha confirmado de nuevo, la naturalidad del canto sin artificios, la bondad del timbre, la ductilidad vocal y la aparente facilidad. Flórez se muestra habitualmente parco en las medias voces, pero es tan admirable la precisión en las agilidades que, inusitadamente consiguió en su última aria ovaciones del todo infrecuentes para una función de estreno en el Real. Lo de Flórez es sensatez en la línea antes que verdadera delectación. Aunque ahí, algo hace sospechar que el celo de Gelmetti ha querido que en este «Barbero» se tienda al conjunto antes que a incentivar las individualidades. Tal es el caso de la soprano María Bayo que, por propia condición vocal (obviamente más leve que cuando se escucha su parte a una mezzo), incorpora a una Rosina picaruela e irreverente. Quizá para no caer demasiado en ese registro quiso atacar «Una voce poco fa» ensanchando la voz. Dejó lo mejor de sí misma allí donde cantó con ligereza, haciendo uso de la innata limpieza y afecto que le caracterizan.

Las voces pequeñas

El asunto de las voces pequeñas es, desde luego, un recurso literario si las mismas son del calibre de las comentadas. Pero está claro que apareciendo Ruggero Raimondi en el escenario todo puede tomar otra dimensión. Su actitud siempre llega al público aun cuando los matices sean ahora más limitados, los apoyos forzados y la claridad vocal esté velada. Quizá fuera la voz menos redonda del reparto, pero por contra su presencia sirvió para recordar que cabe entender su papel y, por ende, la obra con otra mordacidad y mayores revueltas. Pietro Spagnoli dejó un Fígaro vocalmente bien resuelto y escénicamente suficiente, ligero y poco vacilón, y Bruno Praticò a un doctor de escasa gravedad y graciosa planta gracias a su traje de gordito marinero de tierra adentro. Estupenda la vis cómica de Susana Cordón y muy interesante su timbre e interpretación. Puso chispa y alguna sonrisa en el desarrollo de esta producción cuya naturaleza filológica se ha demostrado, a la postre, repulida en su contorno y contenida en su intención.


La belleza efímera
J. A. Vela Del Campo, El País, 15 January 2005

La producción de El barbero de Sevilla estrenada el jueves en el Teatro Real admite varios niveles de lectura. Estaba adecuadamente planteada según se deducía de las declaraciones previas de su director escénico, Emilio Sagi. Se hablaba de comedia elegante, se insistía en el tono de locura organizada y hasta se apuntaba una vinculación sevillana. Se intuía que todo iba a ir por el camino de la comedia de caracteres que tanto defiende Alberto Zedda, sin forzar en exceso lo bufo salvo para subrayar el cambio de comicidad que lleva consigo el cambio de sociedad. Pero una cosa es la teoría y otra la práctica. Y así la comedia más que elegante fue pretendidamente seria, el orden se impuso a la locura y la vinculación sevillana se resolvió con una curiosa estilización folclorista pasada por la Comedia del Arte. La construcción del espacio bajo la Luna en la primera escena hizo presagiar lo mejor, pero las expectativas se desvanecieron pronto, ante una ambigüedad basada en el exceso: de figurantes en escena, de pasos de baile, de movimiento no siempre necesario. Durante toda la primera parte, aquello no acababa de cuajar y, por si fuera poco, Gelmetti dirigía a piñón fijo, sin flexibilidad, sin vitalidad, sin tensión. El espectáculo no arrancaba. Es más, por momentos se iba viniendo abajo.

Y es que a Rossini le pasa un poco como a Mozart o Schubert. Con su esquema de "melodía sencilla, ritmo claro" parece todo muy asequible pero se requieren unas transparencias en lo musical y en lo escénico que no son nada fáciles de conseguir. La música de Rossini está cercana a la abstracción pero siempre es necesaria una coherencia que haga fluir la representación. Es lo que quizás faltó en la representación de ayer. Faltó un criterio unitario, capacidad de fascinación, ligereza.

Cumplía 32 años el tenorissimo Juan Diego Flórez. Él sí imponía elegancia a su canto con esa hermosura de color que posee, pero le faltaba un punto de fuerza y así la primera gran ovación de la noche fue para la soprano navarra María Bayo, con Una voce poco fa llena de intencionalidad expresiva. Contrastaba la carnalidad de Bayo con el idealismo de Flórez. Son dos formas de rossinismo que se complementan. De ellas podían llegar los momentos sublimes y, efectivamente, llegaron. Especialmente en el segundo acto, donde la contención de Sagi benefició el equilibrio psicológico de la acción aunque la explosión de colorido final, después de una noche en blanco y negro, rozó lo kitsch. Pero Flórez hizo honor a su fama con un excepcional Cessa di piú resistere y Bayo fue redondeando una actuación sobresaliente. Como actores también fueron hacia arriba y aquello, aunque sin la necesaria continuidad, empezó a coger temperatura teatral, además de vocal

Ruggero Raimondi sacó a flote toda su experiencia para decir -y cantar- una Calumnia de tintes sombríos; Spagnoli hizo un Barbero sin demasiados contrastes y praticó un Bartolo sencillamente plano. No fue la gran noche esperada a pesar de los destellos de Flórez y Bayo. Pero ni la orquesta, a las órdenes de Gelmetti, tuvo esa pulsación interna que demanda Rossini, ni Sagi consiguió repetir la genialidad rossiniana de El viaje a Reims, tal vez porque se había creado demasiada presión ambiental alrededor de esta producción con televisión en directo el 25, en diferido por el canal franco-alemán Arte el 31, DVD, disco y otras zarandajas. La imperiosa necesidad de un éxito de campanillas ha jugado una mala pasada al Real. Así es la vida, qué le vamos a hacer. Pero la noche tuvo media docena de momentos vocales de los que compensan. Y María Bayo salió reivindicada y Juan Diego Flórez cautivó desde su belcantismo inigualable. No está tan mal, mirado así.


Un barbero que baila
Cosme Marina, La Nueva España, 15 January 2005

Sagi estrena un «Barbero de Sevilla» en el teatro Real de Madrid con fervor y división de opiniones

Se esperaba que el estreno de «El barbero de Sevilla» de Rossini en la nueva producción de Emilio Sagi despertase al apático público del madrileño teatro Real de su habitual dejadez, y lo hizo hasta límites asombrosos. La velada del estreno transcurrió con pasión inusual, encendidos aplausos, algún que otro grito, profusión de bravos y también de abucheos en la zona alta del teatro.

Es este «Barbero», una de las producciones estrella del teatro, sin duda se convertirá con el paso del tiempo en una de sus señas de identidad porque, por encima de todo, no deja a nadie indiferente. Es un espectáculo de madurez y se percibe en el extremo cuidado por el que se mueve la globalidad de la propuesta escénica. Sagi reinventa la obra desde el respeto a la misma y sin moverla cronológicamente, aunque esa Sevilla abstracta tenga un fuerte componente onírico y melancólico ya en el hermoso arranque de la obertura, en el que los rossinianos figurinistas construyen literalmente la calle sevillana con luna al fondo. La trama, la comedia, se concibe de principio a fin como una gran coreografía: bailan los solistas, los figurantes, el coro y hasta los decorados. El perfume sevillano lo envuelve todo y la concepción peculiar de cada escena no rompe la unidad. Es, en este sentido, un discurso narrativo ejemplar lleno de detalles que ayudan y potencian la acción. Sorprende cómo todo se articula con un blanco y negro riguroso del que Rosina busca huir consiguiéndolo al final en la «locura organizada» con la que Sagi expresa tan bien a Rossini y que en este caso incluye globo aerostático para los enamorados.

El acierto del montaje tiene, asimismo, puntos fuertes en la ligera escenografía de Llorenç Corbella, la precisa iluminación de Eduardo Bravo y los imaginativos figurines de Renata Schussheim. Con estos ingredientes y un reparto estelar volcado con la propuesta, ese Rossini fastuoso, divertido, febril y fértil en ideas que tanto apasiona al director de escena ovetense brilló con luz propia en la línea medular dramática y en las escenas paralelas, como el inventado saqueo al sótano del final del primer acto con una doble acción de línea surrealista e impronta felliniana que tan bien funcionará, además, en la retransmisión internacional que se realizará por televisión de la obra.

Al frente de la Sinfónica de Madrid -orquesta titular del teatro- se situó uno de los grandes expertos musicales en Rossini, Gianluigi Gelmetti. Más de tres décadas de trabajo sobre el compositor de Pesaro le dan legitimidad más que suficiente para plantear una visión de la obra heterodoxa, ajena a lo convencional, con una articulación seca y dura, sin concesiones y un ritmo quizá demasiado lento, en el que sólo faltó mayor espontaneidad en las escenas más cómodas. Es la suya una versión intelectualizada que parte del público no compartió y para él fueron los más rotundos abucheos, protestas que, en menor grado, y apagadas por furibundos bravos y ovaciones, también cosechó la propuesta escénica. Además se incluyen arias inhabituales del tenor y la soprano, lo cual es un aliciente extra que aprovechan con fruición María Bayo y Juan Diego Flórez.

Y es que el reparto de este «Barbero» se sale. María Bayo reivindica una Rosina que tiene su mayor brillo en los pasajes ligeros, aunque sin renunciar a su garra vocal en una carnosa interpretación de «Una voce poco fa». Su éxito fue justo y compartido por un Juan Diego Flórez que dosificó muy bien para llegar al deslumbrante final en el que ofreció un sensacional «Cessa di piú resistere», alarde de belcanto, de cómo afrontar este repertorio desde la fastuosidad vocal. No extraña que la ovación fuese interminable y que incluso algún espectador solicitase el bis a gritos. Flórez afronta un canto rossiniano de impronta clasicista, un tanto idealizado, y consigue, de este modo, que el fuego dramático vaya llegando de forma pausada, entusiasmando por su perfección.

Funcionó bien el Fígaro de Pietro Spagnoli -obviando el pinchazo en «Largo al factótum»- y le faltó fuerza al Bartolo de Bruno Praticó. Quien sí dejó claro su magisterio fue Rugero Raimondi, impecable personalidad desarrollando su sabiduría en una «Calumnia», rodeado de una nube de seda, emotiva y ardiente. Bien el resto de los intérpretes, con especial mención a la extraordinaria vis cómica de Susana Cordón.

Feliz guinda a una velada sin tregua, con las espadas en alto, ante un público que se entregó a fondo a la pasión de la ópera.


'El barbero'... de María
Diario Vasco, 15 January 2005

Compartir la butaca vecina con doña Carmen Lafont, andaluza, pintora y autora de la escenografía más hermosa y realista, en los 30 últimos años, de la ópera Il barbiere di Siviglia, mientras se observada el trabajo escenográfico, para el mismo título, de Llorenç Corbella, imponía la pregunta: ¿de dónde es este Barbero?; ¿de Sevilla? no, pues nunca la vieja Híspalis ha sido en blanco y negro, y la luz no es esa; ¿de Nápoles?, parece que tampoco; ¿de Malta?, le faltan los ocres.

Y ahí nos quedábamos, sin despejar la incógnita, hasta que llegó el cuadro último del segundo acto, donde, tras la tormenta, todo de convierte en un pastelón multicolor. Aquí ya no había mensaje que entender.

Todo empezó a cuadrar cuando aparecieron los signos Sagi (mi querido don Emilio): profusión de movimientos en figurantes, mucha gente en escena haciendo cosas, momentos de bailables, artistas subidos a muebles para cantar, escena partida en dos alturas, final de subida en globo tipo Montgonflier, finura en los modos y buen gusto en las formas. Había llegado la respuesta: es un Barbero en versión ambivalente, tanto propia para un acercamiento al musical americano, como en valor de cuento para niños. La verdad es que esta producción, fuera de nuestros pagos, donde sabemos lo que fue, en el siglo XVIII, Sevilla, se va a vender de maravilla (¿perdón por el pareado!), en América/Yankilandia, Alemania, Holanda, Bélgica, Austria, Inglaterra. Seguro que va a gustar y mucho. Aquí hay sus dudas, sin negar el mucho trabajo hecho a conciencia.

Claro que este Barbero tampoco era de Fígaro, como debería haber sido, pues el barítono romano Spagnoli, estuvo siempre fuera de sitio, saltarín, casi siempre desafinado, muchas veces en pura inventiva de notas y con un Largo al factotum descafeinado y con gallo final. Tampoco fue de Bruno Praticò que hizo un doctor Bartolo insulso hasta decir basta. No pudo ser del veterano Ruggero Raimondi, pues bastante, que es mucho a su edad, hizo, como don Basilio, con su lección de canto en La calunnia y en la permanente dignidad de su presencia en escena.

Juan Diego Flórez, de voz exquisita y en aroma de flor de canela, brillante y de perfecta emisión, estuvo remiso al principio, con un Ecco ridente de poco convencimiento y haciendo Se il mio nome con acompañamiento a guitarra en manos del director Gelmeti, que se metió en once varas sin haberse medido la ropa. Luego le afearon semejante atrevimiento. El tenor peruano se sacó la espina en las dos difíciles arias finales, que casi nunca se cantan T'accheta; invan t'adopri y Non più, t'accheta, donde se rompieron muchas manos en aplausos y muchas gargantas en bravos.

María Bayo, el Gorrión de Fitero, fue la triunfadora de la velada. Siempre en Rossini, siempre elegante, poderosa, sin admitir ningún desmayo, sin hacer ninguna trampa. Su Rosina fue ideal. Una pena la peluca que le pusieron y que le obligaran -con lo chiquita que es- a subirse a una columna jónica para canta Una voce poco fa. Preciosidad hizo del aria, que también pocas veces se canta Ma forse, ahimè.

Bien de canto y de escena Susana Cordón como Berta. El coro, esta vez de hombres paso el trance. Estupenda la orquesta, haciendo un trabajo elegante, equilibrado y sin escaparse nunca hacia los socorridos forte. ¿Qué fineza de obertura! La batuta de Gelmetti estuvo acertada, menos cuando la dejó y tomo la guitarra, apenas audible.

Por cierto, este Barbero no ha sido de Sevilla, ha sido de María Bayo, por arriba y por abajo.


Coherencia estética
Fernando Herrero, El Norte de Castilla,  17 January 2005

El barbero de Sevilla' es solo una ópera bufa. Emilio Sagi y Gelmetti lo entendieron así, desde una coherencia estética que la interpretación actoral llevó en momentos a lo excepcional. Quizás en la puesta en escena sobraron figurantes. Quizás algunas soluciones fueron excesivas, como si se quisiera demostrar la capacidad técnica del Teatro, pero en general la transformación de la escenografía, la ocupación del espacio por los conjuntos y los solistas, la dirección de estos, los apuntes del 'Aria de la Calumnia' e incluso ese final -el blanco transformado en negro en el espacio vacío y la fiesta global de todos-, hacen que el balance del trabajo de Emilio Sagi sea positivo.

Discutida la dirección orquestal con algunas notas de rechazo injustas. En ningún caso puede hablarse de rutina. Gelmetti acompaña muy bien a sus cantantes, dejándolos respirar, y conduce a la Orquesta, que sonó adecuadamente, con total dominio, en un estilo que integra lo serio y lo cómico, en visión acertada. La ópera rossiniana es siempre objeto de toda clase de polémica cuando se pone en escena.

Juan Diego Flórez es un fenómeno -el público de Valladolid lo comprobó en su recital del Carrión- y su 'Almaviva' es perfecto. Una incorporación vocal acompasada en todo momento, que llegó a su cenit en la endemoniada aria final que cantó como si nada. A su altura, María Bayo, actriz excepcional, con una capacidad de transformación memorable. Fue una de sus mejores noches madrileñas. Spagnoli, salvo el fallo del final de su aria, muy bien. Gran actor Raimondi, que todavía puede con el 'Aria de la Calumnia'. Discreto simplemente Practicò y prometedora Susana Cordon que dijo con sensibilidad su aria. Un interesante 'barbero' que los aficionados podrán comprobar el próximo día 25 que será televisado en directo.


Le «Barbier» déménage à Madrid
Eric Dahan, Liberation, 24 January 2005 

Rénové en 1997 avec un luxe inouï, le Teatro Real de Madrid ne lésine pas non plus sur la qualité des productions. Du rare Osud de Janacek en 2003, marqué par la qualité de la mise en scène de Bob Wilson, de l'orchestre et de la distribution vocale, ne reste que des souvenirs et des photographies, faute de producteurs intéressés par la réalisation d'un DVD. Ce ne sera pas le cas de ce nouveau Barbier de Séville, dévoilé il y a quelques jours, diffusé par Arte dans une semaine, et bientôt dans les bacs. En filmant trois représentations successives, l'ambition est d'offrir le meilleur Barbier en DVD du marché.

En bon élève de Célibidache, Gianluigi Gelmetti ­ qui a pourtant déjà dirigé au festival de Pesaro, fief du compositeur ­ tire Rossini vers l'élégance apollinienne d'un Mozart. Il cisèle formes et détails à l'allemande, refusant de se laisser gagner par la folie, mais sans échapper aux décalages rythmiques sur les passages de virtuosité extrême avec des chanteurs qu'il suit avec attention, et accompagne lui-même à la guitare (la Sérénade du premier acte) avec une rare poésie.

Directeur artistique de la maison, Emilio Sagi signe une mise en scène dynamique et fluide, qui n'épargne pas aux chanteurs de véritables défis, comme de chanter une colorature tout en se faisant serrer la main énergiquement sur un rythme différent. Ce qui ne fait pas peur à Juan Diego Florez. Car l'argument numéro 1 du spectacle, c'est bien lui, comme on le vérifiait samedi soir.

A 31 ans, il n'a pas de rival en comte Almaviva. Alliant timbre suave et piquant et technique impériale, Florez est le plus précis et ardent des belcantistes de sa génération. Il n'avait encore jamais chanté sur la scène du Teatro Real, hormis pour un petit récital privé. Si le Barbier se passe à Séville, c'est pourtant bien à Madrid que le comte est tombé amoureux de Rosine que Maria Bayo, forte d'un timbre toujours rayonnant et charnu, et d'une agilité intacte dans les coloratures, incarne avec une sensualité qui s'insère parfaitement entre le pudique Florez et le sémillant Figaro de Pietro Spagnoli, de beau volume malgré, samedi soir, quelques difficultés d'émission. De son côté, le Don Basilio sans grande couleur de Ruggero Raimondi déclenche l'hystérie des fans par son charisme d'interprète. Sans oublier le Bartolo de Bruno Pratico, en grande forme vocale et burlesque.

Passant du noir et blanc stylisé à la polychromie débridée du départ en ballon des amoureux, les deux heures et demie de ce Barbier sont un régal.


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This page was last updated on: January 26, 2005