Juan Diego Flórez: «Mis comienzos fueron un tanto irreflexivos» Juan Antonio Llorente, ABC Cultural, 1 September 2001 Con 28 años, se come el mundo por los pies. El tenor peruano Juan Diego Flórez, que ha instalado su domicilio en Bérgamo desde hace un lustro, recientemente demostró su talla de belcantista en La fille du régiment de Las Palmas. Ha intentado pasar inadvertido en Pésaro, pero el asalto de los cazadores de autógrafos ha sido continuo. En la ciudad natal de Rossini, donde inició su despegue en 1997, consolida su incipiente carrera en Ladonna del lago, desde donde lamenta que un cambio de fechas de la programación de Santander le haya impedido cantar un Stabat Mater dirigido por Chung. Se dice en España que alguien canta como el que lava cuando, como usted, no parece concederle importancia a lo que hace. Para canalizar su naturalidad, tenía cerca a su padre. Viví la música desde que era un niño. Sobre todo la peruana, porque mi papá es cantante de música criolla, de la costa, que en algunas de sus variantes tiene mucha influencia española, como el vals o la marinera. Siempre cantaba en casa con su guitarra, y lo sigue haciendo. Acompañándolo a todos los teatros, comencé a nutrirme de la música, pero no de la clásica. Tuvo que pasar mucho tiempo hasta que yo escuchase la primera ópera. ¿Cómo llegó a su vida la «gran música»? Con 15 años entré al coro del colegio y el director, que venía de la ópera, me hacía cantar las partes de solista de un modo lírico. Luego comenzó a darme algunas nociones, que se prolongaron con unas clases de canto en su estudio privado. Hasta que se cansó, porque no podía seguirle pagando, y me recomendó estudiar en el conservatorio, que era gratis. Me preparó con algunos consejos y enseñándome el Questa o Quella y el Ave María de Schubert, logré entrar. -De ahí, al Coro Nacional. Ese fue el siguiente paso. Mi vida comenzó a ser sólo música, entre el conservatorio, las lecciones de piano que comencé a recibir y, por la tarde, mi trabajo en el Coro cantando misas de Mozart, de Beethoven, de compositores más recientes, además de obras peruanas y españolas. El primer año de conservatorio no estaba decidido por cuál música inclinarme, y la clásica me conquistó. Hasta ese momento yo amaba simplemente la música buena, fuese rock, étnica, flamenco... ¿Cómo no me iba a gustar la música clásica? Aparte de que mi voz se perfilaba hacia una calidad operística: un canto educado, timbrado. En su país no debe de haber demasiadas salidas. Por eso, después de tres años en Lima quise salir al extranjero buscando un grado más alto de enseñanza. Y llegué a Filadelfia, donde estudié tres años más, y con ese bagaje de seis años, comencé la carrera en Pésaro. Donde se ha ganado un público incondicional, capaz de parar la acción para que salga a recibir aplausos. ¿Cómo reacciona en esos momentos? No me gusta salir, porque parece que rompes la continuidad de esa historia irreal que marca el espectáculo. Como algo viejo, cuando se agradecía después de cada aria con salidas. Así que en la primera función no salí, pero en la segunda era tan insistente la petición, que no hacerlo podría interpretarse como una actitud negativa hacia un público que lo pide empecinadamente. Lo acepté como una cortesía, incluso para el espectáculo, que se quedaba interrumpido. Sales, y ves cómo se aplacan. Pero hay que saber cuándo hacerlo. Hablamos del templo de Rossini, con una obra suya, ¿le debe mucho a este compositor? Sí, porque aquí comencé después de mi formación en Filadelfia. En uno de mis viajes a Italia hice una audición en Bolonia donde estaba el director artístico de Pésaro, y yo, que quería pasar por la academia rossiniana, me fui de allí con un rol pequeño para el festival. Cuando empecé los ensayos, el tenor de Matilde di Shabran canceló. Estaban desesperados por encontrar a alguien capaz de cantar esa ópera que nunca se había hecho. Llamaron a todo el mundo y, de repente, comenzó lo de «este chico canta bien; tiene buena voz...» Me preguntaron, pedí mi parte, me fui a comer y, sin siquiera mirarla, como un inconsciente, dije que la cantaba. Comencé a estudiar; pusieron a mi disposición un pianista, el conservatorio para los ensayos. Al día siguiente hicimos las audiciones, y quedaron satisfechos. En dos semanas me tuve que poner al nivel de los demás y, afortunadamente, todo salió bien. Así comencé. Las circunstancias se precipitaron desde ese momento. Todo comenzó a funcionar a mucha velocidad. Unos meses después estaba cantando Armide en La Scala con Muti. Mis comienzos fueron un tanto irreflexivos; sin darme cuenta de qué estaba pasando. Eso, en un cierto sentido, me ayudó a afrontar el reto. Un reto que le llevará dentro de poco al Metropolitan. Sí, en enero próximo, haciendo el conde de Almaviva de El barbero de Sevilla. Nos quedamos sin verle en España dentro de unos días. Porque cambiaron las fechas, y tuve que cancelar. Pero en España ya he cantado el Alahor en Granada que se hizo en Sevilla, y en Las Palmas, donde había hecho La italiana en Argel, acabo de cantar La fille du régiment. Ahí se queda todo. Hasta ahora, porque próximamente cantaré en el Liceo Maria Stuarda, y después La donna del lago, aparte de otra Fille du régiment en Oviedo y, en Bilbao, El barbero de Sevilla. ¿Para cuándo deja Madrid? Uno de mis defectos, tal vez como autodefensa, es que me olvido de todo. Mi agente está en conversaciones con el Teatro Real, pero no sé ni para cuándo ni con qué ópera. |
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