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La escena operística se rinde ante el poder del «latin canto»...
La escena operística se rinde ante el poder del «latin canto»
Gema Pajares, La Razón, 29 December 2002

José Cura, prototipo del hombre renacentista

Flórez, Gallardo-Domás, Villarroel, Tola, Álvarez, Villazón y Vargas forman
una generación de sopranos y tenores aclamados ya en todo el mundo

Están entre los veinte y los treinta y tantos años y han nacido en
Iberoamérica. Su juventud no les ha impedido cantar en los más importantes
coliseos. Sus agendas apenas tienen un hueco hasta dentro de un par de
temporadas. José Cura y Aquiles Machado se pueden considerar los veteranos
de una generación a la que pertenecen Cristina Gallardo-Domás, Marcelo
Álvarez, Virginia Tola, Verónica Villarroel, Rolando Villazón, Juan Diego
Flórez y Ramón Vargas.

Paran estos días (quizá sea más ajustado decir que descansan un momento para
tomar aire) por imperativo del calendario. 2003 viene apretando y son
conscientes de que las oportunidades sólo se presentan una vez en la vida,
sólo, y hay que aprovecharlas. Sus lugares de nacimiento están muy lejos de
Europa y de Italia, la cuna del bel canto por excelencia: Venezuela, Perú,
Argentina y México, pero son ciudadanos del mundo.Virginia Tola es una
soprano argentina de 26 años. Acaba de bajarse del escenario del Teatro Real
donde, bajo la piel de Micaela, ha dado la réplica a una racial «Carmen»
interpretada por Béatrice Uría-Monzón. Será Mimí en «La Bohéme» (papel que
cantaba hace unos meses en la Ópera de Washington con el aplauso de la
crítica que destacaba «su rico timbre») en el Teatro de la Ópera de Roma,
una cita en junio que lleva marcada en rojo en el calendario y cantará
además en Turín, Washington y París. Confiesa que nunca viaja sola
(«necesito alguien cerca para compartir lo bueno y lo malo») y cree que el
auge de las voces latinas en la lírica se debe a que «sabemos transmitir
sobre el escenario lo que llevamos dentro y no nos cortamos a la hora de
sacarlo. Creo que sí se puede hablar de eclosión. Somos más expresivos»,
apostilla y «porque creo, o así al menos lo hago yo, nos concentramos en el
personaje para conectar con él y sentirlo». Es consciente de que su carrera
acaba de despegar y de que las prisas son malas consejeras. Y reflexiona en
voz alta: «Uno tiene que probarse para saber cómo funciona. Si haces algo
mal, si tropiezas no quiere decir que tu carrera se vaya a parar, pero
tienes que tener cuidado. El público juega un papel decisivo: te puede decir
por qué camino has de seguir», confiesa. Para Tola, el «culpable» de esta
explosión latina tiene nombre y apellido, Plácido Domingo, «la generosidad
hecha persona, que nos ha ayudado una barbaridad y ha abierto muchas puertas
a los que empezábamos». Hace año y medio ganó el Concurso Operalia ¬cuyo
principal impulsor es el tenor¬ y su carrera no ha tenido apenas descanso.

El nombre de Domingo

El de Verónica Villarroel es un caso bien diferente. La soprano chilena, una
de las más aclamadas y asentadas, que en febrero recalaba en el Real (como
Alice Ford en «Falstaff»), es una de las voces habituales del Metropolitan
Opera House y vivió desde la ventana de su apartamento neoyorquino el horror
del 11-S. Hace unas semanas cantaba en Dubai junto a Plácido, que a su vez
lo hacía por primera vez en árabe en un acontecimiento histórico.
Precisamente con el tenor ofreció hace unos años el único recital que se ha
podido escuchar hasta la fecha en La Scala dedicado a la zarzuela.

Sin apenas descanso, Villarroel cree que es necesario salir del país para
labrarse un camino y darse a conocer. «En Iberoamérica hay gran tradición
por la lírica y mucha afición. Se canta desde que eres un niño y eso
arrastra y queda». Ha sido Adalgisa («Norma»), Elena y Margherita (ambas en
«Mefistofele»), Cio-Cio San («Madama Butterfly»), Violetta («La Traviata») y
con unos pocos días de descanso se prepara para el reto de 2003. Será en la
Ópera de Chicago, donde a partir del 15 de febrero y hasta el 22 de marzo,
se calzará la piel de Amelia en «Un ballo in maschera».

De Chicago a Bolonia: el Teatro Comunale recibirá a principios de año la
visita de Cristina Gallardo-Domás. A sus 34 años la soprano chilena está
considerada por la crítica como la personificación de Violetta de «La
Traviata», que ha cantado ya más de 200 veces. En 2004 la llevará hasta Los
Ángeles junto a Kent Nagano y en el Metropolitan lo hará de la mano de Fabio
Armilliato. La crítica la señala como «la mejor Violetta de los últimos 30
años», lo que le agrada..., pero con ciertas reservas y alguna que otra
puntualización: «La he cantado por medio mundo y quiero dejarla un poquito
aparcada, un poquito en descanso, no por exigencia del papel, sino porque
llega un momento en que el público te ve solamente en ese personaje y te
identifica con él, y a mí no me gusta nada ponerme carteles».

Es consciente de que el repertorio italiano y el francés están copados por
las voces latinas, porque «la vocalidad y la sonoridad que nosotros poseemos
se adaptan mejor que las de los europeos. Y así lo estamos haciendo». A
finales de junio personificará a Mimí de «La Bohème» en Milán, personaje que
dará paso a Violetta de «La Traviatta» en el Met neoyorquino (apunten las
citas: 29 de abril y 3 de mayo). Viena será la siguiente estación de este
periplo que le hará recalar a mediados de junio en Bolonia como Cio-Cio-San
en «Madama Butterfly».

Una sustitución

Nació en Córdoba, Argentina, y es uno de los tenores con más talento del
panorana lírico actual. Su nombre es Marcelo Álvarez y cuando aún resuenan
los aplausos por un «Werther» que se pudo escuchar en el Teatro Verdi de
Trieste con dirección escénica de Nicolas Jöel, el cantante se prepara hoy
día 29 para convertirse en Alfredo Germont en el Teatro Malibran de Venecia.
Serán cuatro funciones para saltar inmediatamente después a Milán con «La
Bohéme» donde dará vida a Rodolfo. Su viaje italiano se cerrará en el Carlo
Fenice de Génova con «Lucia di Lammermoor» (junio), montaje que llevará a
Munich en julio.

De México llegó Ramón Vargas. Nacido en 1960, el tenor debutó en 1983 con
«Il tabarro» de Puccini y tres años después se alzaba con el premio Enrico
Caruso para tenores que sería el primero de una serie de reconocimientos que
avalarían su debut, en 1992 en el Metropolitan Opera con «Lucia di
Lammermoor» dando la réplica a June Anderson y sustituyendo a Luciano
Pavarotti. No lo pensó porque apenas hubo tiempo. «Muchas carreras empiezan
por una sustitución de este tipo. A cada uno le llega su momento; sólo hay
que estar bien preparado», aclara. Un año más tarde llegaría al templo
sagrado, La Scala, con un «Falstaff» a las órdenes de Riccardo Muti y con
producción de Strehler. De México también llegó Rolando Villazón, otro de
los descubrimientos del concurso Operalia, que ganó en el año 99 y que le
perfila como una de las figuras más prometedoras de la lírica internacional.

Dentro de pocos días cumplirá treinta años, tres décadas que le han llevado
a Juan Diego Flórez (Lima, 1973) a viajar por medio mundo de la mano del
tenor Ernesto Palacio, quien le ayuda desde 1994 a preparar su repertorio y
que es un gran conocedor de la potencialidad de la lírica iberoamericana. A
los 17 años Flórez estudiaba en el Conservatorio Nacional de Lima y pronto
su voz destacaría entre las demás en el Coro Nacional. La ciudad se le queda
pequeña para tanta voz y se marcha a estudiar a Filadelfia tres años.

Su debut oficial «en un teatro» (como a él le gusta decir) tiene lugar en el
96 con 23 años, nada más y nada menos que en La Scala, «el primer teatro
donde yo puse pie, fue el 7 de diciembre. En aquel momento no me di cuenta
de nada, era jovencísimo, pero cuando me paro y miro hacia atrás, me da
vértigo». Y recuerda una anécdota: «En el 95 visité La Scala con un grupo de
compañeros y me dije, desde lo alto de un palco: Yo cantaré aquí dentro de
diez años ». Necesitó sólo uno para pisar su escenario. Flórez asegura que
en aquel momento no sintió la presión de la responsabilidad, «porque cuando
no eres nadie no la sientes. Ahora sí soy consciente de que hago cosas de
las que se va a hablar». Recuerda cuando actuó, en sus comienzos, en el
Festival de Pésaro «Matilde di Shabran» de Rossini, un autor difícil en el
que se ha especilizado: «Es el compositor más importante que he cantado.
Existe una unión entre ambos. Me di a conocer precisamente en el Rossini
Opera Festival, en el que he cantado seis años, y a este compositor le debo
lo que soy. Con él he formado un matrimonio, y eso que no es un autor nada
fácil».

Afloran en la conversación, él los cita de corrido, los nombres de José
Cura, Ramón Vargas y Marcelo Álvarez. ¿A qué se debe esa eclosión de
cantantes de ópera latinos? «Usted me habla de Gallardo-Domás y de
Villarroel y yo le digo que mujeres latinas en la lírica tan grandes como
ellas siempre ha habido. Pero una concentración de tenores tan enorme como
la actual no se recuerda. En Perú hemos tenido tres nombres importantes, los
de Alejandro Granda, Luis Alba y Ernesto Palacio; en Argentina, en México
siempre hemos encontrado buenísimas voces. Lo que sucede es que en Italia
escasean ahora, se necesitan tenores y se buscan en Iberoamérica, donde hay
cantera. En los países americanos se canta mucho y la voz es más nasal, con
un idioma que hacemos más suave y que recuerda al español que se habla en
Canarias. El iberoamericano es de naturaleza tenor, habla muy agudo y se
canta desde bien chiquito en las casas entre lo popular y lo lírico. Piense,
por ejemplo, en las rancheras mexicanas o en los tangos. Para cantarlos hay
que tener voz, no vale sólo con la voluntad. Están un paso más allá de lo
popular».

Guía y tutor

¿Qué peso ha tenido Ernesto Palacio en el nacimiento del «milagro Flórez»?:
«Ha sido capital en mi vida, una guía en cuanto a la interpretación, la
técnica, el fraseo, como una suerte de tutor. Él me ayudó a encontrar mi voz
y mi modo de cantar. Me enseñó a cantar hacia adelante, con notas cada vez
más agudas. Gracias a Ernesto comencé a parecer un cantante de verdad»,
aclara con satisfacción a través del teléfono.

Su agenda incluye los más reputados templos de la lírica hasta 2006. En 2003
cantará «María Estuardo» en Barcelona y en 2005, lo hará en el Palau también
en la Ciudad Condal, «aunque de cabeza me cuesta recordar fechas y lugares».
Madrid tendrá que esperar un poquito. El día 8 de enero le espera el Covent
Garden con «La cenerentola» de Rossini.

Una relación tempestuosa y tormentosa de amor y odio a un tiempo es la que
mantiene el tenor argentino José Cura (de la ciudad de Rosario, donde nació
el 5 de diciembre de 1962) con España. El Teatro Real fue testigo ¬y no
precisamente mudo¬ de un fuerte encaramiento con el público (el cantante
respondió con mucho calor y mucha pasión a las provocaciones de algunos
espectadores) que le ha pasado una factura elevada. Fue en una de las
representaciones de «Il trovatore» en diciembre de 2001 y los improperios se
pudieron escuchar en director por Radio Nacional. Cura, después de enviar
una nota de disculpa que se reprodujo en los medios de comunicación,
prometió no volver al coliseo en una temporada larga. Y lo está cumpliendo.
Claro que los compromisos no escasean en su agenda.

Cura quizá sea uno de los artistas más preparados de su generación: es
cantante, compositor, director de orquesta y fotógrafo y uno de los
especialistas más notables en repertorio verista. Ha sido distinguido como
Honoris Causa por la Universidad de Buenos Aires y es Ciudadano de Honor de
Rosario. Dentro de dos días, el 1 de enero, se medirá como director en el
Concierto de Año Nuevo que se celebrará en Budapest. Después tomará un avión
que le llevará a Tokio y Osaka para cantar uno de los papeles que le ha dado
mayor gloria, el del celoso Otello. Praga será la cita siguiente en la que
ofrecerá un concierto, y en febrero dirigirá en Hamburgo «Cavalleria
rusticana» y cantará «Pagliacci». Zurich, Viena, Florencia y Verona, donde
debutará con «Turandot», será otros escenarios que aguardan su llegada.

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This page was last updated on: December 11, 2005