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Il Trovatore, Palermo, December 2002

¡Un trovador como Dios manda! Mundo Clasico, 30 December 2002
Trovatore di Oren cerca urgentemente Manrico Giornale della Musica, 9 December 2002
See also: Rodney Milnes (Opera, April 2003) on Alagna Quotes Page 3
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¡Un trovador como Dios manda!
Horacio Castiglione, Mundo Clasico, 30 December 2002

Palermo, 15 de diciembre de 2002. Teatro Massimo. G. Verdi, Il trovatore. Dramma en cuatro actos y ocho cuadros. Libreto de Salvatore Cammarano.(1853) Director de escena, escenografia, vestuario: Pier Luigi Pizzi. Roberto Alagna (Manrico), Fiorenza Cedolins (Leonora), Alberto Gazale (Conte di Luna), Luciana D'Intino (Azucena), Carlo Striuli (Ferrando), Mina Blum (Ines), Angeloo Casertano (Ruiz), Angelo Nardinocchi (Vecchio zingaro). Orquesta y coro del Teatro Massimo. Director de orquesta: Daniel Oren. M° del Coro: Franco Monego. Aforo: localidades 1400, ocupación 100 %.

Creo que muy pocos teatros hoy en día puedan presumir de un reparto como el que se juntó en Palermo para unas funciones extraordinarias, numerosas y todas agotadas de la popularísima ópera de Verdi: Il Trovatore. Casualmente este cierre de temporada, autentico broche de oro... con varios quilates de brillantes! de un cartel entre los más interesantes entre los ofrecidos en el nutrido panorama lírico italiano, coincide con el cambio de todo el aparato directivo del teatro: un reto que habrá que saber heredar.
Image: Alagna and D'Intino Il Trovatore, Palermo December 2002
Roberto Alagna and Luciana D'Intino
Photo: Opéra International, February 2003
Pero, a lo nuestro, al Trovatore. La ópera que en la producción verdiana marca la pauta entre los llamados años de 'galera', caracterizados por sus ímpetus insurreccionales y libertarios, por unas músicas gallardas, de arranque furioso, de rompe y rasga: admitámoslo sin falsos pudores. Esas arias que alguien hoy mira con sonriente superioridad y que, sin embargo, inflamaron los ánimos de unos cuantos -que si no eran la mayoría desde luego llegaron a alborotar mucho- que querían a toda costa la unidad de Italia, libre de dominación extranjera y, a la vez, del poder temporal del clero. Como siempre, se dice fácil y se hace difícil. Si Stravinsky llegó a la paradoja de comentar que en la canzone 'La donna è mobile' hay más música que en la entera Tetralogía de Wagner, yo no me atrevo a tanto, pero tengo que reconocer que ante al Trovatore, ante la fatidica 'Pira', al terceto 'Di furore amor sprezzato', al dueto 'Perigliarti ancor languente', al terceto 'Deh rallentate o barbari', al dueto 'Mira d'acerbe lacrime' y no continuo porque voy a citar toda la ópera, me agarra una emoción enorme y me atraviesan los mismos escalofríos que, sin que se asome en mi el temor de parecer 'políticamente incorrecto', tengo cuando escucho 'Suspiros de Espana' y 'En tierra estraña', u otras músicas que tienen para mi poder evocativo. El que no se percate, peor para él, pues no sabe lo que se pierde.

El Trovador, en castellano por respeto y admiración a García Gutiérrez, es una obra musical y teatralmente sin desperdicio. Cuando la escuchas, sobre todo si se da la suerte que tuvimos en Palermo, con un reparto ideal y una gran puesta en escena, te das cuenta de lo que es una ópera con mayúsculas. Ese ambiente nocturno, su atmósfera lóbrega y amenazadora atravesada solo por las llamaradas del fuego -elemento omnipresente y obsesivo- y de las pasiones, que son siempre extremas: amor y odio elevados a la máxima potencia, ese ataque batallero de las cabaletas, las etéreas melodías de amor, el motivo de la venganza y de la memoria de Azucena. Todo ello tiene la marca de Verdi, con su 'tinta' inconfundible y es, a la vez, el tributo extremo a un teatro romántico y belcantista que, con La traviata y las óperas a seguir, se encauzará hacia un 'naturalismo' musical, hacia dramaturgias más esfumadas psicológicamente y articuladas con mayor habilidad teatral, pero desde luego sin alcanzar nunca más esta fuerza primordial que en Il Trovatore es el aliento vital.

Bueno, pues todo ello, esta apología admitiendo que la obra maestra necesite una, se debe a la reacción de un servidor, que una vez más se olvidó de ir a teatro con funciones criticas y sumió completamente su real identidad de melómano al estado puro e integral. La puesta en escena de Pier Luigi Pizzi, procedente de Florencia, del Maggio de hace dos años, es de las que gusta mucho al publico y poco a la critica. Yo considero que es una de sus mejores creaciones: tiene algún exceso, justificado por utilité registica, de teatro en el teatro, pero sustancialmente es una lectura de gran fuerza dramática, con una utilización del fuego 'de verdad' al limite de las posibilidades técnicas de cualquier teatro (suerte que el Massimo de Palermo ha sido todo renovado en su parte de escenario). Esas llamaradas improvisas, esos fuegos son de un efecto espectacular. Pero otro acierto es la disposición de los cantantes en una escena que es prácticamente fija, donde solo unos elementos movedizos logran recrear los ambientes. Los efectos de la disposición del coro -muy bien instruido por Franco Monego- lograron ese impacto estereo que en teatro crea gran sugestión.

Pero las emociones llegaron del podio y de la escena al unísono. Daniel Oren es el director ideal para el Verdi de 'batalla', y su lectura de Nabucco lo ha demostrado en más de una ocasión. En el Trovatore no viene a menos, entendiendo que en este repertorio la propia cifra estilística no se adquiere con una actitud dictatorial, extremando el poder del maestro, con tempi sin sentido y sin lógica. Aquí lo stentando, el crescendo, el accelerando, el diminuendo, respondieron a una lógica íntima de urgencia dramática y, lo que es más loable, llegaron a galvanizar la orquesta -excelente la del Massimo- los solistas y el público que quedó embelesado, pendiente de toda la función con una concentración interrumpida solo por el explotar irrefrenable de los aplausos y de los bravos en los momentos obligados de una tradición teatral que es la de rendir, también, homenaje a los interpretes. Estos en varias ocasiones, concertadas con el Maestro Oren, fueron los que llevaron la pauta. Porqué él que no entiende que en la ópera se debe estar al servicio de las voces, que deben ser explotadas al fin de lograr los máximos resultados musicales, vocales y expresivos, es mejor que se oriente hacia otro repertorio. Además, repito, aquí tuvimos un reparto mayúsculo.

Empezando por EL, por el 'Manrico' de Roberto Alagna que tiene todas le carte in regola para ser hoy en día el único 'Trovador' creíble, tanto vocal como escénicamente. El joven adolescente, irreverente, apasionado, poeta y guerrero a la vez; romántico, dulce y valiente y ardoroso en sus pasiones amorosas y políticas. Ya sólo con su serenata entre bastidores, con ese timbre solar y encantador, definió su personaje. Pero luego, al entrar en escena fue como si un rayo de luna aclarara las tinieblas. Su presencia, su arranque, su fraseo ardiente, su pasión inflamada responden a una visión ideal del romántico héroe descrito por Cammarano y Verdi. Vocalmente su entrega es total: ¿que imita a Corelli en la emisión? ¿es eso malo? Sin embargo, su personalidad es inconfundible y, respecto al Divino Franco (todo hay que decirlo) Robertino esfuma más, matiza con sensibilidad utilizando un legato ejemplar, dulces pianisimos y colores más esfumados. Su 'Ah si ben mio' fue antológico, pero gustó también en todo el segundo acto, en su dueto con la 'madre' y en el final de la ópera, donde alcanzó absoluta verosimilitud teatral. La 'pira' quedó, quizás, lo más justo porque se advirtió una ligera tensión y endurecimiento en la emisión que, por un momento infinitesimal hizo temer lo peor. Cuestión de nervios. Pero supo enderezarse rápidamente y enfrentar el Do de 'All'armi!' con suficiente proyección y con una tenuta que, por exagerada, enardeció ulteriormente el respetable.

Ante el Arte de Fiorenza Cedolins, a la que todavía y por motivos de mero provincialismo musical está vedada la Scala, sólo se puede uno inclinar con devoción y respeto. La belleza opulenta de su voz, que nos hace recordar los timbres inmaculados de las Ricciarellis, Caballés y Tebaldis de un pasado reciente, se suma a una técnica perfecta, a un gusto exquisito, a una belleza radiante que se expande con un canto purísimo de apolínea perfección. Es otro ejemplo de voz que cuanto más sube más gana en armónicos y en luminosidad, pero lo que es increíble es la madurez interpretativa que ha alcanzado en el fraseo, en el acento, tras años de trabajo duro en realidades teatrales en las que no se le ha regalado nada. Su Leonora, admirada ya en Florencia y en la Arena de Verona, alcanzó en Palermo unos ápices de intensidad difícilmente igualables. Además, con un respeto total a una tradición interpretativa de puro estilo belcantista, Oren le permitió y sugirió las variantes agudas en las cadenzas. Otra prueba de gran inteligencia. Así que después de habernos deslumbrado ya con un excepcional 'Tacea la notte placida', con su intervención en el terceto del primer acto, con sus frases caídas del cielo en 'Sei tu dal ciel disceso' en el concertante final del acto segundo, nos reservó un ultimo acto inolvidable, un 'Lo giuro a Dio che l'anima tutta mi vede' engalanado con un soberbio Do, tras unas variaciones agudas en el 'Miserere' que son un poco la 'marca Cedolins' y que deberían ser incluidas por ley en Il Trovatore.

Pero es que en Palermo había, además, una Azucena de nivel altísimo. Por mi propia culpa, llevaba algún tiempo sin seguir la carrera internacional de Luciana D'Intino, que conozco como seria y óptima profesional. Me quedé deslumbrado ante su intervención, ante su vocalidad completa de mezzosoprano, con sonidos de autentico contralto en los graves, con un centro aterciopelado y potente y con unos agudos de soprano spinto. Obviamente a ella también fueron permitidos los agudos de la 'tradición' y lanzó unos Dos agudos que muchas sopranos querrían para sí. Pero D'Intino no es sólo un fenómeno vocal que nos lleva con la memoria a la época dorada de las Barbieri y Cossotto, es una interprete de sutil inteligencia y de su personaje, determinante en la dramaturgia de la ópera y en la música, hizo un retrato impresionante. Poderoso, tajante, amenazador, pero plagado y doblado a los sentimientos de amor filial y materno, de nostalgia y de dolor intimo. Un ejemplo fue su elegiaco canto del dueto en la cárcel 'Ai nostri monti', conducido todo sobre el fiato -¡y con que fiati!- y con una intensidad palpable.

Alberto Gazale, entre los jóvenes barítonos de la nueva generación italiana, es un elemento en alza. Hasta el momento le había encontrado discontinuo, con tendencia a forzar un órgano vocal prometedor y bien fornido, con detrimento de la línea vocal y con endurecimientos en los agudos. Ahora parece haber comprendido que ese no es el camino por el que debe andar y, esta vez, lo he encontrado muy centrado en el canto y en la interpretación. Un barítono claro -que puede acordar por color y potencia al joven Nucci- es ideal en esta visión del Conde de Luna en la que se debe confundir y sobreponer la imagen de los dos hermanos, tanto en la figura cuanto en el timbre. Su canto apasionado, noble y matizado, gracias sin duda al empuje y a la sugestión de la dirección de Oren y a la compañía de los colegas tan impecables, logró proporcionarle un éxito halagador e intenso como el que obtuvieron los otros tres protagonistas: este es el mejor comentario que se le puede reservar. 'Segui cosí!'

En este contesto, también los demás no desmerecieron: el optimo Ferrando de Carlo Striuli, con voz de autentico bajo y línea de canto más que correcta, la Ines de Mina Blum, y en sus episódicas intervenciones, dos Angeli: Casertano y Nardinocchi que garantizan siempre un honesto grupo de comprimarios. Decir triunfo es decir poco. Éxito apabullante, diría yo que contribuí con mis desaforados bravos y aplausos al resultado de la velada. Espero que el futuro me reserve muchas así.


 
Trovatore di Oren cerca urgentemente Manrico...
Sergio Albertini, Giornale della Musica, 9 December 2002

Il trovatore dramma in quattro parti di Giuseppe Verdi, libretto di Salvatore Cammarano dalla tragedia "El trovador" di A. G. Gutierrez, prima rappresentazione: Roma, Teatro Apollo, 19 gennaio 1853, Edizione Casa Ricordi, Milano

Un'opera sulla difficoltà del comunicare, Il Trovatore. Può essere una
delle tante letture. Evidenziare nei numeri chiusi di cui è costituita l
'opera l'incapacità (l'impossibilità?) di generare se non equivoci,
scontri violenti. Nel Trovatore di Pizzi questo è il risultato, ma non l
'idea. Sembra più che i cantanti vadano allo sbaraglio, cantino verso il
pubblico piuttosto che per il pubblico. Non si osservano reciprocamente,
ma si compiacciono di affacciarsi sulle due pedane ai lati del
boccascena, con una gestualità d'antan fastidiosa e a tratti
imbarazzante, quasi sempre in asincrono con le parole. Preferiamo la
sana routine, allora, che non garbate improvvisazioni.

Un Trovatore costruito sui cromatismi? Può essere un'altra delle letture
alternative. Un primo atto tutto in blu e nero (la notte), un secondo
rosso (la passione). Ma poi? Terzo e quarto restano irrisolti. Su una
scena costituita da due quinte a 90 gradi s'aprono sipari, si disegnano
grate, filari d'alberi, interni, pitture seicentesche; s'affollano
suorine (quasi fossimo nella Roma felliniana), armigeri in similcuoio,
Manrico e il Conte di nero vestiti come ai tempi dei Black Sabbath,
Leonora cambia abiti (più ottocento che seicento) e pettinature più d'
una valletta sanremese, Azucena (legata come in un bondage soft per
giovani signore timide) è costretta ad indossare una parruccona che la
rende simile ad una Diana Dors in assenza di shampoo o ad una Platinette
senza cotonatura.

Spettacolo (regia, scene, costumi) di Pier Luigi Pizzi che più brutto
non si può, animato qui e là da fiamme, torce, candele (il fuoco che
divampa nei cuori?) e da qualche zingarella-velina che si agita senza
convinzione.

I quattro grandi cantanti richiesti per quest'opera non ci sono. Ci sono
quattro cantanti. Il migliore in campo pare (dico pare, perché in quest'
edizione tutti i confini risultano incerti) Alberto Gazale (Conte di
Luna); la voce s'impone, il personaggio non è mai grand seigneur ma un
vilain che, ad onta del proprio potere, vede frantumarsi ogni suo sogno.
Privo di autentico slancio è il Manrico di Alagna; qualche leggero colpo
di glottide di troppo, un do (ma lo era veramente?) in una Pira senza
ripresa di cabaletta (ma nessuna di esse viene ripresa; brutto vizio,
Oren!), una presenza scenica costruita più sui video dei Take That che
sul libretto di Cammarano. Molti applausi alla Leonora della Cedolins;
pienamente immeritati. La cantante si sta trasformando sempre più in un
soprano lirico, in filigrana s'affaccia un vibrato largo, l'ottava bassa
è sorda, quella centrale perde smalto e diviene secca, acida; assente
ogni emozione, canta le note, si bea di qualche corona, di qualche
pianissimo. Ma di personalità, neppure l'ombra. A me ricorda, insomma,
la Tonina Torrielli degli anni Cinquanta. Onesta, quanto provinciale.
Luciana d'Intino è una ben strana Azucena; la voce è bella, il colore è
quello giusto, ma qui e là assottiglia il suono a scapito del senso
della frase, allarga in basso con effetti da poitrinaire, chiude le
vocali e la dizione s'appanna. Lavorandoci sopra, e liberandosi dell'
ombra della Cossotto, potremo avere una magnifica Azucena, prima o poi.
Tolto il solido Ferrando di Carlo Striuli, degli altri comprimari si può
perdere memoria.

Sul podio, Daniel Oren dirige un'orchestra (quella del Teatro Massimo)
magnifica per morbidezza di suono (gli archi, mai sentiti cosi' da
anni!); certo, è un Trovatore ben strano, privo di furori
quarantotteschi ma che - a tratti - pare preannunciare il naturalismo
massenettiano; sarà per quel sottolineare la linea melodica, quel suo
allargare, rallentare (anche troppo...), alleggerire (magnifico l'
accompagnamento a Il balen del suo sorriso o tutto il finale quarto),
per un rapsodico intervento degli strumentini a fiato sempre
controllatissimi. Certo, è più Oren che Verdi; ma almeno - in questo
Trovatore - finalmente un'idea!


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This page was last updated on: March 31, 2003