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«Los directores se olvidan de que el cantante tiene un alma que quiere volar»
Juan Antonio Llorente, ABC Cultural, 29 July 2000

El joven tenor franco-italiano debuta con la ópera Pagliacci, de Leoncavallo, en la jornada inaugural del Festival Internacional de Santander el próximo martes 1 de agosto, acompañado por Antón Guadagno, dirigiendo la Orquesta y Coro de la Ópera Nacional de Sofía y la Escolonía de Guriezo.

Con el Palacio de Festivales de Cantabria como marco, el tenor franco-italiano Roberto Alagna debutará por fin en el personaje de Canio, uno de los papeles más esperados de su carrera, en la ópera Pagliacci, con la que abre sus puertas el Festival de Santander.

­Francia o Sicilia, ¿qué tierra pesa más en su corazón?

­Las dos, en Sicilia están mis raíces. Si soy cantante, es por haber nacido en una familia de artistas y músicos, que continuamente organizaban fiestas, ese tipo de reuniones en las que igual se toca la guitarra, que se canta, se recita, se hacen imitaciones o números de magia y de circo. El legado artístico me viene de la familia. A mi lado francés le debo la cuna y su cultura. La mezcla de esos dos países ha hecho que tenga algún rasgo distintivo por comparación a los otros cantantes franceses o italianos.

­Y le ayuda a elegir repertorio, como el Rodolfo de La Bohème, una ópera ambientada en París y cantada en italiano.

­Y como ese, muchos otros papeles me cuadran perfectamente. Por ejemplo Don Carlo, de Verdi. Sobre todo la versión francesa. Por eso acepté el papel en cuanto me lo ofrecieron, teniendo en cuenta que el argumento está ambientado en España, y mis orígenes son también españoles. Los Alagna fueron los primeros españoles que llegaron a Sicilia. Por medio quedan otros papeles, como Rodolfo en La Traviata.

­Traviata le viene enseguida a la cabeza, ¿es su obra favorita?

­El papel de Alfredo, protagonista masculino de La Traviata, normalmente, no gusta a los tenores, porque la escritura vocal no es muy confortable. Lo encuentran insignificante, y poco agradecido para la voz. Pero yo he tenido mucha suerte con él, porque me dio a conocer desde un escenario. Después de haberlo cantado en 170 ocasiones, es el papel que más he interpretado, y gracias al cual pude comprar mi primera casa.

­¿Lo ha cantado muchas veces con su mujer, Angela Gheorghiu?

­Sólo en una ocasión, pero espero que podamos repetir la experiencia. De cualquier modo, ya no lo interpreto tanto, porque he tropezado con papeles mucho más importantes para mí. No quita el que me apetezca volver a cantarlo con ella, que es una magnífica Violetta. Si coincidiéramos como pareja en cualquier acontecimiento, un disco o un vídeo, con un gran director, una estupenda orquesta y un buen barítono, haríamos una Traviata de referencia.

­Además del nombre del premio que ganó en 1988 en Filadelfia, ¿qué le viene a la cabeza cuando le hablan de Luciano Pavarotti?

­A Pavarotti lo adoro, porque dio una nueva dimensión a la ópera. Después, con Plácido y José, hicieron cosas formidables, que mucha gente ha criticado, pero que dieron un aspecto moderno a la ópera. Yo sólo puedo decirles «gracias» porque eso nos abrió otros caminos a la nueva generación, para que podemos hacer cosas un poco diferentes.

­Habla de nueva generación. Entre la consagrada de los tres tenores y la suya se establece un gran vacío. ¿Cuándo se colocará en la primera fila?

­No lo sé. Lo más duro ha sido para gente tan fantástica como Shicoff, o Araiza, que cayeron casi en el anonimato, ensombrecidos por fenómenos como los tres tenores. La nuestra, yo, Cura... es otra cosa. Mi generación ha recorrido mucho más camino en menos tiempo que Luciano o José en su época.

­Cura es el nombre que más veces se asocia con el suyo. ¿Cómo son las relaciones entre ustedes?

­Puedo calificarlas de relaciones de amistad. Hemos coincidido dos o tres veces, una de ellas en Japón, y comimos juntos. Le escribí una carta felicitándole por su primer disco. Admiro mucho todo lo que hace porque reconozco en él a un artista de talento. Pero ya digo que no hemos tenido la ocasión hasta la fecha de pasar un mes juntos, o de frecuentarnos más. Al fin y al cabo, los dos somos tenores y en esta profesión es muy difícil coincidir. Nuestro trato es muy bueno, a pesar de que a la gente, a los periodistas, con frecuencia les guste crear rivalidades. Somos muy distintos: en el modo de abordar el papel, en la manera de asimilarlo como actor, en muchas cosas. Hasta en el físico. Nos unen las ganas de dar y de trabajar, porque ambos tenemos una buena disposición para el trabajo.

­Kraus, al hablar del relevo, le mencionaba como el tenore de grazia.

­Muy amable por su parte. Por la mia puedo decir que mantuve muy buena relación con él. Era, ante todo, un amigo. Teníamos el mismo sastre, y el fue quien nos puso en contacto. Cada vez que venía a visitarle me llamaba y hablábamos. Pero ya digo. Como amigos. Jamás discutimos de técnica, ni de repertorio ni de ese tipo de cosas.

­Se habla de su teatralidad. Incluso ha conseguido el Premio Laurence Olivier por su interpretación. Disfrutaría, pues, trabajando con Liliana Cavani.

­La verdad es que apenas tuvimos contacto. Era muy joven cuando hice aquella Traviata. Tan novato, que apenas tenía derecho a expresar mis ideas, y me limitaba a hacer exactamente lo que decía Muti o lo que quería Cavani. Después trabajamos un Pagliacci, volvieron los problemas con Muti, y aquello terminó como el rosario de la aurora. Lo único que puedo decir el respecto es que Cavani no es alguien con gran experiencia teatral. Ha hecho mucho cine, y en lo que respecta a la ópera creo que le falta ese concepto de la teatralidad. Los gestos se exageran más en la escena, y ella parece verlo todo desde detrás de una cámara, donde sus ideas funcionan. Pero no tanto en teatro. La mayor virtud de un director de escena está en servirse de las cualidades del artista para desarrollarlas y formar el personaje conjuntamente, dejando una cierta libertad. Me gusta tener la posibilidad de improvisar en pequeñas dosis en cada representación. Si te limitas cada noche a repetir lo mismo que la anterior, el personaje acaba por morir. Y ese es uno de los grandes problemas con el que nos encontramos hoy respecto a los directores de escena; que quieren que lo hagas exactamente como ellos te lo han marcado. Si varías un gesto, al día siguiente te llegan con una notita diciendo, ayer subiste el brazo aquí o caminaste tres pasos de más en este punto... y para mí es muy difícil trabajar en esas condiciones; yo siempre reclamo ese pequeño margen de libertad que convierte un instante en mágico. Pero da la impresión de que lo único que pretenden hoy los directores es levantar escándalos, hacer que se hable de ellos, prescindiendo del lado humano del artista, se olvidan también de que el cantante tiene un alma que, de vez en cuando, quiere volar.

­¿Cuántos personajes tiene ya montados?

­No muchos. Creo que son veintidós o veintitrés en total y voy a debutar en mi primera Tosca, y después un Trovatore. Pero será después de cantar en Santander mi primer Pagliacci, una obra que va a tener mucha importancia en mi carrera, porque voy a aportar un poco de mi lado lírico a un papel dramático como el de Canio. Pagliacci es un gran reto para mí, porque ya no lo cantan los cantantes líricos jóvenes; siempre se la dan a tenores dramáticos, a gente en el final de su carrera. Me gustaría aportar la mentalidad de Gigli, de Caruso, gente que con voces líricas cantaban estos papeles. Además, vuelvo a trabajar con alguien tan experto como Anton Guadagno, con quien acabo de cantar una Carmen en Japón, en una experiencia formidable. Es uno de esos directores que te motivan, que aman a los cantantes y colabora con ellos. Es de suponer que en estas condiciones esté encantado de hacer con él una ópera tan difícil de dirigir como Pagliacci, sabiendo lo difícil que es encontrar directores como él, que sepan acompañar a los cantantes.

­De su experiencia con grandes directores: Muti, Chailly,... ¿tiene favoritos?

­En todo caso, no sería Muti, un director con una gran técnica, pero que curiosamente, a pesar de ella, no le gusta acompañar a las voces. Para él, lo importante es él mismo; después, los cantantes, que no pasan de ser un instrumento más de la orquesta, no alguien que sabe pensar. La única persona que puede pensar es él. Es un pena, porque tiene un gran talento, y está a punto de echar a perder su calidad por esta razón.

­Entre sus personajes, ¿ha incluido alguno de Bellini, para hacer patria?

­Acabo de grabar un disco con Evelino Pidò, un disco de bel canto, donde he cantado mucho Bellini, I Puritani, Sonnambula, Norma, Il Pirata, esas cosas... Pero en el punto al que he llegado en mi carrera, prefiero los papeles que me ofrecen más consistencia como actor. Es verdad que en estos papeles la música es soberbia y el canto es bonito, pero los personajes son un poco efímeros, demasiado estáticos. No están muy caracterizados.

­Al margen de Francia e Italia, el teatro que le ha ofrecido más triunfos es el Covent Garden.

­Es uno de mis teatros preferidos del mundo. Es el que me aceptó de inmediato, el que me hizo concebir grandes esperanzas, y el que me ofrece todos los espectáculos que quiero con la mayor colaboración. Allí conocí a Angela, y en él me siento muy bien, porque se trabaja con una verdadera organización. Todo el personal, desde los maquinistas a la orquesta, o los coros, es como una familia para mí.

­En España, ¿ha debutado en alguna ópera?

­Sí, canté en el Liceo antes del incendio Bohème y La Traviata, en ambas ocasiones reemplazando a alguien. El año pasado estuve en Peralada, y anteriormente en Sevilla, en gira con La Scala. Pero tenemos otros proyectos en España, un país que yo adoro y al que siempre es un placer volver para mí.

­Al decir otros proyectos, ¿a qué se refería?

­Tenemos proyectos con Madrid, en el Teatro Real. Quieren hacer cosas pero hay que hablarlo aún. En el Liceo también, pero allí nos hemos tropezado con problemas de caché.

­¿Han hablado de títulos?

­Por ahora quieren un recital, y de los títulos, ya hablaremos.

­Después de Santander, ¿le quedan más festivales este verano?

­Al terminar en Santander, grabaré el sonido de una Tosca que será nuestra primera experiencia en el cine, y que filmaremos entre noviembre y diciembre, y luego voy al festival de Menton, donde ofreceré un recital al aire libre en solitario.

­En una visita reciente a España, estuvo acompañado de sus hermanos, con los que grabó esa especie de cross-over que son las Serenatas.

­Para mí no fue un cross-over, era un disco especial, un homenaje a la familia.

­¿Le recordó su etapa de cabaré, en París?

­No exactamente el cabaré, sino lo que viví antes, en mi familia, cantando juntos en las fiestas esa música. En el disco se muestra todo el camino que he recorrido en mi vida musical. Comencé cantando canciones sicilianas con mis padres, con mi familia; luego hicimos cosas napolitanas, melodía francesa e italiana, hasta llegar a la ópera. Y todo eso, con sólo dos guitarras, el instrumento que me ha acompañado siempre. Gracias a ella, pude cantar, porque de pequeño era tan tímido que no me atrevía a hacerlo. La guitarra fue como una armadura para mí, una protección que me infundió el coraje para cantar.

­¿Cuándo cantará algo en español? Porque ya lo hizo.

­Trabajé en cabarets españoles cuando era más joven. Canté todo el repertorio suramericano y español. También canté sevillanas y otras cosas desconocidas para los franceses o los demás europeos. Quizás un día vuelva a hacerlo y grabe un disco de canciones españolas.

­Hubo un gran chansonnier español en Francia: Luis Mariano. ¿Lo conoce?

­En Francia, donde dejó su gran herencia musical, lo recordamos mucho, por todas esas operetas de Francis Lopes. Yo lo adoro, y aunque es dificilísimo rendirle un homenaje, porque él lo hacía realmente bien, me gustaría poder hacerlo algún día.

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This page was last updated on: September 5, 2002